No había flecha que le pudiera hacer daño. Había hecho construir un monasterio en honor al mártir San Sebastián, y pagó su peso en oro al abad para que día y noche se pidiera para él la invulnerabilidad. A las custodias del coxis de Juana de Arco les había donado doscientas arrobas de azúcar de Indias para sus confituras. Tenía el arco de Guillermo Tell y un resto momificado del talón de Aquiles. Pero cuando el brillo de una flecha lo deslumbró segundos antes de morir, lamentó haber rechazado a aquel herrero que le ofrecía por apenas un maravedí la misma vulgar armadura que llevaban todos sus hombres.
lunes, 21 de febrero de 2022
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