martes, 28 de julio de 2020

El revelado

Con la comunión le habían regalado una Kodak Instamatic. Cuando ahorraba para un carrete de doce más el revelado, salía a la calle a fotografiarlo todo. En casa, sus padres ejercían de modelos. Luego, tras la espera para revelarlas, su barrio aparecía irreconocible, con demasiada o con poquísima luz, como si fuera un puerto pesquero de casitas relucientes bañado de sol y cormoranes, o un callejón peligroso del mismo puerto, sumido en la oscuridad de la desdicha. Pero nunca parecía Madrid. Sus padres, siempre decapitados, podrían ser ellos u otros cualesquiera. Para cuando podía comprar el siguiente carrete, ya había olvidado sus errores, así que volvía a cometer exactamente los mismos. Guardó un álbum entero de decapitados y calles cegadoras o siniestras.


Un día se atrevió a decirle a Marta que posara para él. Quedaron con esa excusa. Ella se reía, y él quiso capturar el cosquilleo de su risa. Casi un mes después, reunió fuerzas para acudir a la tienda a recoger el carrete abandonado. Decididamente, las imágenes que le devolvieron no podían ser de Marta. No dijo nada y se las quedó: quizás aquella muchacha borrosa que imitaba en vano su risa no le partiría también el corazón. 

jueves, 16 de julio de 2020

El primer robinsón

No ha un mes que me fue obsequiada esta maldita tierra. Mi fiel rucio traía las alforjas repletas de vino y queso, porque los duelos con pan son menos. Nos hemos aventurado a explorar, buscar sustento y disponer refugio contra la intemperie, aunque nuestros huesos están hechos al quebranto y nuestros ojos a las estrellas. No he hallado persona ni hacienda que gobernar, solo mar por doquier. Tampoco nos hemos topado con indígenas, ni con más peligros que los tormentos de la soledad. Ni un rebuzno de queja ha salido de mi compañero, al que ahora llamo “Jueves”, por ser el día de nuestra llegada.


Ayer el océano escupió una caja con víveres. Veo en tal prodigio la mano de mi señor, Dios lo confunda, porque también contenía algunos libros de los que él engulle sin mesura. Pese a que yo solo alcanzo a leer lo breve y con esfuerzo, me ha entretenido sobremanera un diccionario que entre ellos venía. Hasta que he hallado en él la respuesta a mis desvelos: una ínsula no es más que una isla.

Este microrrelato fue escrito para la LEMCA, de ENTC. Y es fruto de un divertido proceso de escritura a diez manos, nada más y nada menos que con mis compañeros de equipo María Posadillo, Salva Terceño, Ezequiel Barranco y Pablo Núñez, que valen un potosí cada uno por separado, y ya juntos son la caña de España.

El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...