domingo, 22 de noviembre de 2020

Hasta aquí hemos llegado

 Mira que ya sabías lo que iba a pasar. Pero tú nada, que no es problema, mujer, yo te llevo a casa. Como si no nos conociéramos ya. Ella te gustaba, confiésalo, te gustaba a rabiar. Sí, a mí también, pero yo no soy como tú, no me cambies de tema. Usaste todos los trucos de tu repertorio. Los suspiros antes de separaros, el fingirte cansado y con frío allí en su puerta, dejarle que te ofreciera una taza de té para entrar en calor. Y arriba, más. Le apartaste suavemente el pelo de la cara, alabaste la decoración oriental, le dijiste que aquella exquisitez solo estaba al alcance de determinadas personas. Incluso le ponderaste la catana colgada en la pared, y le pediste que te la enseñara. Que sepas que es la última vez que limpio yo la sangre. No me vengas ahora con la excusa del efecto de la pócima para desaparecer y dejarme con el marrón. A la próxima me entrego y te entrego conmigo, que ya me tienes un poquito harto, señor Hyde.




domingo, 8 de noviembre de 2020

El atrapasueños

 Este relato obtuvo una mención honorífica en el 5º Concurso Literario Internacional de Relatos Humorísticos “Alberto Cognigni 2020”. Córdoba (Argentina)                                   

A Esperanza, que ha heredado mi caos, a falta de mejor herencia


En el principio existía el caos. Por lo que yo recuerdo, el caos llegó a mi vida desde el bombo de detergente Skip donde se acumulaban juguetes, papeles e inventos, que inevitablemente se desbordaban e invadían mi cuarto. Luego el caos se contagiaba a la cartera del colegio, donde empezaban a verdecer fragmentos olvidados de bocadillos y papelajos arrugados, formando de nuevo la masa primigenia, el origen del universo. Y yo le prometía a mi madre ser ordenado, y me encerraba durante horas, y limpiaba, y clasificaba todo en montoncitos. Hasta que aparecía algo que no me encajaba en ningún montoncito y traía el caos de vuelta. Como aquel atrapasueños años más tarde.


Luego llegaría la adolescencia, pujante de granos y nuevos desórdenes, que me enseñó sin embargo a camuflar el horror bajo apariencias de orden que pudieran resultar convincentes para nuevas miradas femeninas, mientras el caos se agazapaba en retratos de Dorian Grey bajo la alfombra.


Pero volvamos al principio. En el principio, decía antes, existía el caos. Y vio Dios que era bueno. Pero se metió a ordenarlo, nadie sabe con qué fin exactamente. Solo había que separar lo seco de lo mojado, el día de la noche. Pero según el mundo se fue llenando de cosas, y haciéndose más y más interesante, el orden se hizo más discutible, y el caos volvió. 


Y puestos a crear, Dios creó a mi novia y a una japonesa gurú del orden y enemiga del caos por tanto. Al principio mi novia y ella no tenían nada que ver. Yo vivía en el dramático desorden del que está tejido todo, y mi novia se reía con las gracietas con que ocultaba el drama. Le parecía divertido el caos de mi armario y mis cajones. Yo le decía que tenía las cosas ordenadas por orden alfabético. Todas en una misma letra: la C de cosas. Bastaba entonces con apartarlas de la cama y hacer lo que tocara hacer. Y el caos era bueno, y divertido. Y vio mi novia que estaba bien.


Pero el caos y el orden, aunque disimulen, y firmen pactos de no agresión, están siempre en lucha. La barrera que separaba a mi novia de la gurú japonesa se quebró. Se compró el libro. Empezó a militar en su bando. Y yo, que siempre he envidiado la fe inquebrantable en los sistemas que no consigo hacer míos, intenté seguirla. Ella fue mi tutora, mi coach. Leí el libro. Me ponía música motivadora. Procuraba ordenar, hacer grupos, deshacerme de cosas. Incluso un día, tras una sesión intensiva, logré que el armario cerrara bien. Casi todo cuadraba. Y ahí reapareció el problema, en el casi.


Como los delgados que fueron gordos y se saben gordos camuflados, y siempre han de tomar precauciones, los desordenados sabemos que el caos está ahí, siempre acechando. Basta una sola cosa, un casi. Algo que no encaje en ninguno de los montoncitos. Y el caos vuelve a dominar la tierra.


En mi caso fue aquel atrapasueños, ya os lo dije. No sé si sabéis de lo que hablo. Es algo de origen indio, creo, una especie de móvil con plumas y cascabeles. Yo no recordaba bien qué papel tenía entre mis cosas. Me sonaba vagamente a nuestros primeros tiempos de tímidos tanteos. Quizás un regalo de unos amigos. O tal vez de ella, en un mercadillo de artesanía. Probablemente un juego de palabras con los sueños que iríamos a atrapar. Pero era feo y aparatoso. Y no casaba en absoluto con nuestra decoración minimalista y escandinava. Demasiado grande para caber en la pequeña caja de recuerdos (aparte de que ese era el problema: que no recordaba su origen). No exactamente un objeto de decoración, ni el trofeo de un viaje. Como menaje de cocina entiendo que tampoco podía colar.


Ahí estaba, para amargarme mi nueva vida escandinavojaponesa perfectamente ordenada de hombre de bien. El objeto rebelde. El casi. El caos. El caso. Sabía que era una prueba en mi camino iniciático. Y no iba a arruinarla preguntándole a mi novia. Le demostraría que sabía decidir por mí mismo. Mis lecturas me habían enseñado cómo tratarlo. Evitar apegarme a las cosas. Despedirme con una reverencia oriental. Llevarlo a la basura entre cánticos y crótalos. Aunque a última hora el yo picaresco de mi pasado me aconsejó ocultarlo bajo un cartón de huevos (no me riñáis: el cartón estaba húmedo y no es reciclable, que tengo estudios).


Pero no había contado con los cascabeles. 


Ella: hoy me toca a mí bajar la basura, no te preocupes ¿qué es esto que suena?

Yo: no, nada.

Ella: ¿a ver?

Yo: silencio expectante y vagamente culpable.

Ella: silencio acusador.

Yo: silencio mientras deduzco: pues no fue un regalo de unos amigos, no. Pues sí debía de ser un símbolo importante de algo.

Ella: silencio. Portazo.


Cuando escribo estas líneas, el caos se ha hecho fuerte y amenaza con devorarme. Quizás debería meter esto en una botella y lanzarlo al mar. Creo que por ahí debajo debe de andar un botellín vacío. Me queda un rincón en la mesa donde puedo escribir. Miro al atrapasueños colgado del riel de la cortina. Apenas se le nota la mancha de huevo. Preside mi nueva vida caótica y solitaria como un recuerdo ahora perfectamente nítido, como una acusación.




El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...