—¿Y pagar la entrada para acceder a él, como hacen ahora los turistas?
Alguien lo propuso en nuestra cena anual del club “La última bancada” y todos aceptamos. Pero ya no iban allí ni los turistas: a nadie le interesaba semejante reliquia. El expresidente había llevado a su nieto, y le explicaba desde la tribuna cómo funcionaba todo antes: la grandeza de la palabra, un pueblo gobernándose a sí mismo. Que entonces no se decidía por recuento de “me gusta” o “me disgusta”, sino por sufragio universal. Nos emocionamos cuando el exjefe de la oposición lo interrumpió y, como en los viejos tiempos, empezó el intercambio de insultos.