viernes, 3 de enero de 2025

La hora cero

 Nadie, salvo el universo, le hubiera dado la menor trascendencia a la respuesta de ella: 


—Queda cerca, pero es complicado; mejor te acompaño, que ahora estoy libre.


Claro que el universo lo llevaba planeando desde siempre.


Semanas antes, mi novia me había sentado en un café para comunicarme que dejaba de serlo.


Millones de años atrás, un dinosaurio murió para alimentar el motor del autobús que me trajo, con el corazón en carne viva, a esta ciudad.


Horas antes, cierto satélite recibió una pedrada cósmica que desorientó al navegador de mi móvil. Mientras, otro muchacho deshizo su cita con ella mediante un whatsapp. Por culpa del mismo satélite, nunca le llegó, dejándola plantada en Guillermo de Ockham esquina con Albert Einstein.


La turistificación se ocupó de que yo no hubiera encontrado a nadie capaz de entender siquiera mi pregunta.


Meses atrás, la construcción de un carril bici estrechó la acera de Albert Einstein, haciendo inevitable toparme con ella, que ya se iba.


El cosmos, finalmente, se ocupó de que mi pregunta coincidiera con el último rayo de sol entrando en su mirada verde, capaz de fundir el núcleo de la Tierra:


—Perdona, ¿eres de aquí? ¿sabes dónde queda esta pensión?


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