lunes, 14 de julio de 2025

Errare humanum est

 Como no tenéis corazón, no os importa que yo haya entregado mis mejores años al proyecto Munchausen.


Vuestros androides me reclutaron en la barra del bar donde, cubata en mano, peroraba cada tarde. Me llevaron a una sala blanca llena de terminales. El trabajo consistía en contestar con nuestra primera ocurrencia a las preguntas que iban apareciendo en el monitor. Nos reímos mucho. Nos saltábamos toda norma, horario o sensatez. Nos rascábamos los huevos. A mis compañeros los fichasteis en taxis insomnes, cenas familiares o foros sobre coches. Nos necesitabais. Éramos la última resistencia a vuestro pensamiento algorítmico. Porque denunciábamos los chips en las vacunas, la conspiración de las mujeres contra nuestra masculinidad, o el borreguismo de aceptar la redondez de la Tierra. Necesitabais nuestra oposición a lo correcto y bienpensante. Éramos el ingrediente que os faltaba para que vuestra inteligencia pareciera natural. Porque éramos puro factor humano: erráticos, erróneos, imprevisibles.


Por eso, no perdonasteis el único error que no cometí. Lo motivó una de aquellas preguntas. La única que despertó mi interés. La escondí para más tarde. Visité —alguna existe todavía— una biblioteca. Me documenté. Medité la respuesta durante días. La redacté despacio. Y al escribirla, firmé mi sentencia.


lunes, 23 de junio de 2025

Gentrificación

 (Microrrelato finalista en el concurso Manuel J. Peláez de 2025)


El cortado sobre el río era nuestro orgullo. Por sus vistas y su microclima: a finales de enero, cuando el nivel de melancolía alcanza su cota máxima, se desataban las precipitaciones. Era extrañamente hermoso ver llover a los suicidas, unos gritando y otros en silencio, con carta o no para el juez, mojados en lágrimas o secos como espartos. Nos sentábamos enfrente para admirar la breve libertad de cada vuelo, que se deshacía al aterrizar en un ruido de sandías estrellándose. Más tarde, con la primavera, al abismo solo se asomaban los enamorados con sus promesas de eternidad, que en verano darían fruto en forma de crímenes pasionales y suicidios en pareja.



Pero ahora todo lo inundan deportistas de riesgo y despedidas de soltero, ajenos al ritmo de las estaciones. Llueven, sin orden ni poesía, escaladores primerizos, paracaidistas que no encontraron la anilla, o borrachos ejecutando apuestas absurdas. Nosotros bajamos al lecho seco del río y nos hacemos con la calderilla de sus bolsillos. Y al volver al pueblo, con las últimas luces, nos asalta una punzada de vergüenza por nuestro nuevo modo de vida.


                                                                     (Foto: Diario de Sevilla)



viernes, 3 de enero de 2025

La hora cero

 Nadie, salvo el universo, le hubiera dado la menor trascendencia a la respuesta de ella: 


—Queda cerca, pero es complicado; mejor te acompaño, que ahora estoy libre.


Claro que el universo lo llevaba planeando desde siempre.


Semanas antes, mi novia me había sentado en un café para comunicarme que dejaba de serlo.


Millones de años atrás, un dinosaurio murió para alimentar el motor del autobús que me trajo, con el corazón en carne viva, a esta ciudad.


Horas antes, cierto satélite recibió una pedrada cósmica que desorientó al navegador de mi móvil. Mientras, otro muchacho deshizo su cita con ella mediante un whatsapp. Por culpa del mismo satélite, nunca le llegó, dejándola plantada en Guillermo de Ockham esquina con Albert Einstein.


La turistificación se ocupó de que yo no hubiera encontrado a nadie capaz de entender siquiera mi pregunta.


Meses atrás, la construcción de un carril bici estrechó la acera de Albert Einstein, haciendo inevitable toparme con ella, que ya se iba.


El cosmos, finalmente, se ocupó de que mi pregunta coincidiera con el último rayo de sol entrando en su mirada verde, capaz de fundir el núcleo de la Tierra:


—Perdona, ¿eres de aquí? ¿sabes dónde queda esta pensión?


sábado, 14 de diciembre de 2024

Manu Espada reseña 'La arrogancia de los ventiladores' en la revista QUIMERA

Estar en Quimera siempre es un lujo para un escritor. Si además uno lo está de la sabia mano de Manu Espada ¿qué más se puede pedir? Copio aquí su reseña: 


NOSTALGIAS DE BOOMERS

Por Manu Espada


Tener entre las manos el libro de relatos La arrogancia de los ventiladores, de Tomás del Rey, es abrir una ventana que mira directamente a la infancia, en concreto a los niños que crecimos como tales en los años 80, como si nos subiéramos al Delorean y gracias al condensador de fluzo mirásemos a los ojos a aquellos que fuimos. Un juego de nostalgia ochentero muy bien armado en el que no faltan los acosadores que se quedaban con el bocadillo de sus víctimas, unos patios de colegio en el que los que no sabían o no querían jugar al fútbol se veían sumidos en la marginalidad de la esquina o el puesto de portero, unos años en los que Arconada fue el Dios de toda una generación, una nostalgia del profesor que te inicia en la lectura de aquellos libros que nos hicieron soñar. Dicen que los años 80 en realidad fueron creados por otro Dios llamado Steven Spielberg, el verdadero arquitecto de la memoria colectiva de aquella década prodigiosa marcada por Tiburón, Los Goonies, ETIndiana Jones. Dice Spielberg que disfrutamos de los años 80 porque vivíamos sin estrés, con la cadencia que da hacer fotos con cámara de carrete y rodar en súper ocho. En La arrogancia de los ventiladores, la vida transcurre en esa cadencia de lo cotidiano, en unas vidas en las que el estrés lo ponían los dos rombos que salían en las películas que no nos dejaban ver nuestros padres porque salían un par de tetas o un poco de sangre cuando el estrangulador de Boston cometía sus crímenes. Una época en la que el niño más popular del colegio era el que tenía la tele más grande para ver películas de vampiros chinos que practicaban el kárate.

Sin embargo, no se esperen un libro de nostalgia pringosa bañada en almíbar. Todo lo contrario. Tomás del Rey realiza un ejercicio de Memoria Histórica en el que hace justicia con unos recuerdos que no son tan icónicos como las películas de Spielberg, porque en la vida real no suena de fondo una banda sonora de John Williams mientras vuelan las bicicletas con la luna de fondo. No. En la vida real de los 80 los sonidos eran los peligrosos ventiladores que poníamos en verano o el eco de unas pisadas de un padre que bajaba al trastero con su hijo a coger algún trasto. Los magníficos relatos de Del Rey son una reinterpretación de esa idealización del pasado, porque no todo pasado siempre fue mejor, con series de medio pelo que nos marcaron como Orzowei, y mucho menos aquel pasado del “Yo fui a la EGB” que se ha reinventado a sí mismo en las redes sociales. El autor enlaza su niñez Geyperman con la infancia en estado puro, esa infancia que supone el verano. Porque casi todos los recuerdos de un niño provienen de esa patria de la infancia que es el verano. Unos relatos en los que se deja ver lo autobiográfico, pero basado en lo universal, sin caer en la autoficción del ombligo. Sentimientos tan universales como el doloroso gozo de regresar a la casa en la que viviste de pequeño con tu familia y que ahora está en venta.

Decía Pablo Picasso que “cada niño es un artista, el problema es cómo seguir siendo artista cuando uno crece”, como Orzowei cuando se hacía mayor y perdía toda la pintura que le echaron en el cuerpo al alcanzar la edad adulta. Tomás del Rey era un niño “leyón” que leía todo lo que caía en sus manos, y unos cuantos años después sigue siendo un artista. Aquel niño “leyón” y alumno ha dejado paso a un adulto profesor y “escritón”. De aquella vida, esta ficción. De aquellos 80, este hoy. De aquellas lecturas… estos relatos.

lunes, 4 de septiembre de 2023

El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa)



El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un camino con cientos de bifurcaciones dejadas atrás. Y el mar le obliga a elegir otra vez. A la elección, quizás, definitiva. X eligió hace ya tiempo huir de un mundo que no le mostraba alternativas. Tiene inquietudes, un título. Pero en su tierra ni una cosa ni otra le servían de mucho.  Él incluso estudió filosofía sumariamente en la carrera, allá en la lejana universidad de Z. Y recuerda lo que afirmaba Leibniz: vivimos en el mejor de los mundos posibles. Porque Dios, de entre las elecciones que tuvo para crear un mundo, eligió la mejor de las posibles, desechando las restantes. X, por su parte, decidió partir en busca del mejor de los mundos posibles. Pero X no es Dios, y el mar ahora le obliga a elegir de nuevo, decíamos. El mar es un universo cambiante, que contiene en sí miles de elecciones, millones de posibilidades y caminos. Aunque en este momento solo tiene dos: embarcarse o no.


Tiene el dinero apretado en la mano. Es todo lo que le queda del que robó en casa, hace ya tres años, para emprender el viaje. Otra elección dejada atraś, difícil, dolorosa. Y si lo entrega ahora, le darán a cambio un lugar en la precaria balsa, casi un juguete. Sus piernas, sus brazos y su cuerpo confundidos con otros brazos, cuerpos, piernas. La paradoja reside en que si no lo entrega, si se queda ese dinero no tendrá nada. Hemos de concluir, por tanto, que no hay tal elección. O que ya está hecha, desde hace tiempo.


Si lo entrega, pueden pasar dos cosas. Que tenga éxito en la travesía o que no lo tenga. Tengamos también en cuenta un dato relevante: las dos veces anteriores no lo tuvo. Aunque conservó la vida y esos pocos billetes que ahora empuña: al menos tuvo suerte, después de todo.


Piensa en la primera opción: tendrá éxito. Llegará esta vez al mejor de los mundos posibles. En realidad lo rescatarán justo después de hundirse la patera, aferrado al flotador infantil que le han entregado en la partida, llamándolo salvavidas. Acudirán alertados por una llamada desesperada desde la misma balsa, minutos antes del desastre. Pero ya habrá visto hundirse a tres o cuatro cuerpos que se resistían en vano. Nunca sabrá sus nombres. Luego, abrigado con una manta roja, mientras comprueba si su móvil llegó seco, escuchará gritar a una mujer cuando insistan en quitarle al bebé que sostiene entre sus brazos, y le digan en tres idiomas y en ninguno que nada puede hacerse, que es ya solo un cuerpo, que se ahogó en el mar por más que ella lo aferrara.


Contempla la segunda opción. Tiene experiencia, sabe cómo son las cosas. La segunda opción es el fracaso. También en esta opción alguien ha usado el móvil para avisar a tierra cuando la patera comenzaba a hundirse, pero ningún guardacostas, ni marroquí ni español, llega a encontrarlos. Ha tenido que zafarse a puñetazos de alguno que no sabía nadar, del pánico ciego que insistía en arrastrarlo con él al fondo. Pero ya está sin fuerzas. Y el mar sigue picado.


Oirá que han tocado la costa en Marbella mientras le abrigan con unas mantas rojas. Los llevarán a un centro de inmigrantes. El papeleo. Tendrá seis meses de plazo y una nueva opción: lograr regularizarse o sobrevivir de ilegal. El regreso está descartado. De entre los destinos posibles (nueva elección) señalará un nombre en el mapa: Navarra. Casi a ciegas, pero estará convencido de que allí tienen que hablar francés, ya tan cerca de Francia. No será así, finalmente: nadie hablará su idioma. Tampoco encontrará dónde alojarse, y solo le quedará la calle, mala suerte, mala elección.



El mar sigue bravo. Pocos cuerpos resisten a flote. A lo lejos una luz. Quizás sean los guardacostas. Ahora ya da igual qué lengua hablen, qué bandera lleven. Estamos aquí.


Alguien le dirá que en Madrid sí pueden acogerle. Darle de comer, arreglar los papeles. Un nuevo autobús. Las miradas de sospecha en los pasajeros. Habrá reunido el dinero del billete entre limosnas, préstamos de compatriotas, algún hurto quizás.

La luz no se acerca, y el mar y el frío van ganando. El móvil lo tiene bien envuelto en plástico, pero es imposible sacarlo en el agua. Y ya otros avisaron, lo dijimos antes, pero sin éxito. El frío y el agua. El miedo.


En Madrid la dirección que le darán es de una parroquia. Allí podrá dormir unas cuantas noches. Y comer. Le hablarán de un bar donde se reúnen sus compatriotas. Alguien le propondrá vender sobre una manta; basta con correr cuando llegue la policía. Llamará por fin a su padre, que ni siquiera le echa ya en cara el robo del dinero. Sonará más viejo, pero aliviado de tener noticias. Ahora que se ha salido con la suya tendrá que responder como se espera. Ahora que vive en el mundo que él quería, tendrá que mandar dinero a la familia. Al menos eso. 


No oye ya voces a su alrededor. El mar, de pronto, se ha calmado, pero él no tiene fuerzas. El frío le agarrota. Se hunde cada vez con más frecuencia. Cada vez le cuesta más volver a la superficie. Ya hasta el miedo le ha abandonado.


Conseguirá un trabajo en una obra. Pero si hay inspección tendrá que irse. O contar que está de visita. Tendrá que aprender rápido. Hay muchos que quieren el trabajo.


El agua va llenando los pulmones. Qué largo y qué tedioso es ahogarse. No hay forma de acortar el proceso. A la lucha sucede la angustia paralizada: luego, simplemente, dejarse hacer. Pensar en su padre decepcionado, tres años sin noticias, quizá esperándolo todavía, allí tan lejos, tan inalcanzable, tan fuera ya de sus opciones. Luego, observar cada detalle, como si le ocurriera a otro. Hasta ser un cuerpo hinchado, hasta regresar finalmente a la superficie, materia orgánica ya, dispuesta para la descomposición. Para ser arrastrado hasta la orilla. Llegados a este punto, no tiene importancia a qué orilla.



Los días de lluvia si no se trabaja no se cobra. Claro que su calzado resbalará más de la cuenta, tendrá que tener cuidado. Y la ferralla, que es como se llama el hierro sobre el que caerá su cuerpo, es muy afilada. Seguramente será un pulmón perforado, porque apenas podrá respirar. Se irá vaciando como un pellejo. El coche lo llevará a toda prisa. En la puerta del hospital lo desembarcarán, como en una playa. A la orilla de la puerta de urgencias. Huirán a la carrera. Esto no lo había previsto: morir sobre una camilla, con todos los cuidados, con todos los aparatos del mundo que escogió puestos a su servicio. Si ahora estuviera en su mano una última elección, si pudiera coger el móvil, llamaría a su padre.

domingo, 9 de julio de 2023

CIUDADANO MACKENZIE (EL SERIAL) CAPÍTULO FINAL, DEFINITIVO Y YA

 Resumen de lo publicado: Mackenzie tenía mucha cabeza desde pequeño, lo que andando el tiempo devino en demasiadas cabezas. Y, al parecer, siempre demasiado poca cabeza. Y la invasión alienígena y la nueva reconquista y todo eso. Y un investigador, Pancracio Peláez, dando tumbos para averiguar algo sobre él. Para todo lo demás, consúltense los capítulos anteriores.



Necesitaba explicaciones. Necesitaba volver a ver a Mackenzie y que me aclarara la verdad de una vez por todas. Le llevaría la caja metálica de tabaco con la rosa amarilla que demostraba su affaire con la Taylor pero, sobre todo, las cartas que daban a entender que su papel en la invasión fue menos casual de lo que yo mismo pensaba hasta ahora. Tuve que solicitar un permiso especial a la virreina de Nueva Texas, doña Bárbara Rey, nombrada directamente por la gloriosa Regente, doña Isabel de Pantoja y Viuda de las Españas. No entraré aquí a comentar lo que las malas lenguas afirman sobre si era un exilio encubierto de la Regente para alejar a competidoras y antiguas amantes de su difunto marido, porque el caso es que doña Bárbara es aquí la autoridad, aunque sea la autoridad sobre un desierto, y no es mi objetivo desacatarla, que bastante castigo tengo ya con esta misión. Para mi sorpresa, se me concedió el permiso con bastante rapidez, pero con una única condición: doña Bárbara Rey, virreina de Nueva Texas, otrora domadora de leones y de reyes, debería estar presente en la entrevista.


TRANSCRIPCIÓN DE LA CINTA FGFHH-257 DEL MUSEO DE LA MEMORIA TERRÍCOLA. ASUNTO: ÚLTIMA VISITA AL PRESO RICHARD ZEBULÓN DEL ROSARIO MACKENZIE VÁSQUEZ Y ACONTECIMIENTOS POSTERIORES, QUE YA DESCUBRIRÁ QUIEN LA LEA HASTA EL FINAL



MACKENZIE: ¿Ya está aquí otra vez? ¿Y acompañado por una rubia despampanante? ¿Qué pretende ahora?


GUARDAESPALDAS DE LA VIRREINA: Guarde un respeto, está usted ante la virreina de Nueva Texas.


BÁRBARA REY: Déjalo, Angelito. Hacía tiempo que no oía lo de rubia despampanante. Y en inglés suena mejor.


INVESTIGADOR PANCRACIO PELÁEZ: He estado en Marfa, y he encontrado esto, que parece suyo y de Elizabeth Taylor [saca una caja metálica]


MACKENZIE: ¡Ah! The yellow rose of Texas [canta]


INVESTIGADOR P.P.: Necesito que me aclare el sentido de estas palabras. Parece que están dirigidas por la Taylor hacia usted [lee]: “Cabezoncito mío, debemos esperar al momento propicio. El universo se está preparando, y tú y yo tenemos que separarnos para disponerlo todo. Pero pronto vendrán, y nuestro amor será posible, en la Tierra y más allá de las estrellas, en un lugar donde tu cabeza no sea signo de vergüenza y oprobio, sino orgullo fundacional de una nueva estirpe mestiza.”


MACKENZIE: No siga, no siga, que me emociono [en las imágenes se perciben brillos en las mejillas de su única cara viva, compatibles con lágrimas como garbanzos]


INVESTIGADOR P.P: Entonces ¿es cierto? ¿Planeó usted en connivencia con la Taylor la invasión alienígena? ¿Tuvo algo que ver Michael Jackson? ¿y Richard Burton, conocía esto? ¿Por qué en pleno mundial 82? ¿Podría aclararnos además por qué el primer rayo alcanzó a nuestro entonces monarca en el palco VIP?


BÁRBARA REY: Tranquilo, muchacho, que te exaltas. Tú dame la rosa amarilla y damos tu misión por terminada.


MACKENZIE: ¡No, no lo hagas! ¿No ves que ella es la conspiradora universal? ¡Lo del primer rayo fue orden suya!  ¿Y su guardaespaldas? ¿No ves que es un extraterrestre? ¿Quién puede creerse una tapadera tan poco consistente: domador de leones, marido de vedette y amante de reyes, y ahora guardaespaldas?


[En las imágenes se percibe que Peláez ya le ha entregado la rosa amarilla a la virreina, quien la deshoja se diría que con delectación]


MACKENZIE: ¡Noooooo!


GUARDAESPALDAS [Imitando el rugido de un león, al tiempo que hace con la mano un gesto, a juicio de este transcriptor, poco versado en masculinidades terrestres, algo afeminado] ¡Roarrrr!


[Un extraño destello parece brotar de los últimos pétalos de la rosa amarilla, y la virreina empieza a transformarse, de manera que le brotan varias cabezas. Una de león, otra que es la de Liz Taylor joven y todavía otra más, que resulta asombrosamente parecida a Isabel Pantoja, la Regente. La de león engulle al guardaespaldas de un único bocado. La de Liz Taylor besa a Mackenzie con beso conocido en la cultura terrícola como de tornillo, con el efecto inmediato de que sus dos cabezas muertas reviven llenas de entusiasmo. Peláez, en una maniobra de autodefensa aprendida en sus entrenamientos antialienígenas, se arranca con la conocida copla "Yo soy esa". Pero, lejos de obtener los resultados de neutralización conocidos hasta entonces, solo sirve para que la cabeza clon de la Gloriosa Regente haga un dueto a muerte con él, con el resultado del estallido del cerebro del pobre investigador. ]


BÁRBARA REY: ¡Mía, la humanidad por fin es mía! [Risa malvada con inconfundible acento alienígena. De Betelgeuse de Abajo, si apuran a este transcriptor] ¡Ahora empieza mi reinado! [Y ella misma se pega un puñetazo en los morros, bueno, realmente en los morros de su cabeza pantojil]


[Aquí se interrumpe la grabación y termina la cinta, documento y prueba de un momento histórico, por serlo el del inicio de la nueva y definitiva invasión. Por ello, queda guardada en este museo de la memoria terrícola, para que las futuras generaciones de mestizos tricabezas conozcan su origen y lo valoren, honrando a héroes como Mackenzie, nuestra cabeza de puente y ahora esposo y rey consorte, y a la sin par Bárbara Rey, Reina (valga la redundancia) de la Tierra y satélites y planetas aledaños].


Errare humanum est

 Como no tenéis corazón, no os importa que yo haya entregado mis mejores años al proyecto Munchausen. Vuestros androides me reclutaron en la...