Éramos jóvenes y todo, salvo nuestros sueños, estaba por estrenar. Tú me convenciste con aquella lluvia de adverbios: siempre, nunca. Y con aquellos ojalás llenos de amor revolucionario. Pero ni la vida ni yo somos una canción, compañero. Con mis pechos y mis nalgas, fue cayendo también tu utopía de amor y justicia, y creció tu barriga. Te dieron un puesto, las promesas se retrasaban, y siempre los demás tenían la culpa. Tus ojalás empezaron a buscar otras bocas más frescas y más crédulas. Yo me alejo ya de ti, desconfiando para siempre de cualquier siempre, de cualquier nunca.
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