El último día de vacaciones acordaron no verse. Serían fuertes. Dedicarían aquel día terrible a ensayar el futuro. Cada uno le escribiría al otro la primera de las trescientas cinco cartas que los separaban del próximo reencuentro. A la noche se las intercambiarían triunfantes, cuando él acudiera a despedirla a la estación de autobuses. Demostrarían que no habría tiempo ni distancia que pudiera con ellos. Pero las horas se les quedaron atascadas en el pecho mientras mordisqueaban el boli, y a mediodía ya se andaban buscando como locos. Sí, el tiempo iba a ganar, pero aún no había anochecido.
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Breve encuentro |
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