sábado, 17 de octubre de 2020

Los inocentes

Pancracio no para de enrollar y desenrollar la lista de los jornaleros. El señorito le dice que deje ya tranquilos los papeles. Pero Pancracio no puede evitar darle vueltas a cualquier cosa que tenga entre las manos cuando despacha con el señorito, como su padre lo hacía con la boina cuando se reunía con el padre del señorito. El señorito es algo más joven que Pancracio. De pequeños jugaban juntos abajo en la ribera. Pero ahora las manos de cada uno son distintas, como su forma de hablar. Ahora el señorito tiene estudios, y es quien manda, y nada tiene de raro que le haga pagar cada día las derrotas del pasado, cuando se enfrentaban con palos y tirachinas junto al río. Pero el señorito es buena gente, no me llames señorito, Pancracio, por Dios, que son otros tiempos, llámame Javier, hombre. 


Javier le invita siempre a un carajillo, y le palmea la espalda, y le dice qué cojones tienes, Pancracio. También le dice mucho entiéndeme, Pancracio, qué más quisiera yo, Pancracio. Y Pancracio le repite luego a los jornaleros que no puede ser, y que no le toquen los cojones al señorito, y que todavía tienen que estarle agradecidos, porque no les pide papeles ni les hace preguntas, que les ha construido el barracón para poder refugiarse, y hasta les deja cargar los móviles sin cobrarles la luz, y les da mantas o ventiladores, según sea la campaña de invierno o la de verano. Pero Pancracio no entiende a qué viene ahora encapricharse con la chavala, que es una cría, que podría ser su nieta si no fuera porque habla árabe. Es verdad que tiene unos pechos que pueden volver loco a cualquiera, también al señorito, que siempre fue un donjuán, no puede evitarlo. Y por más que Pancracio le dice que mejor la deje, que no se busque líos con las moritas, el señorito que no, que tú no entiendes que uno tiene todavía sus necesidades, porque estás hecho un carcamal, Pancracio, no me toques también tú los cojones, a ver si ahora vas a ser tú de la oenegé, Pancracio, recuerda que por culpa de los líos de la oenegé tuvimos que echar a toda aquella remesa de jornaleros. Así que ya la estás llamando y me dejas en paz, o vas a decirme tú, Pancracio, también lo que hago con mi bragueta, que estás tú muy subidito Pancracio, y voy a tener que recordarte todo lo que hemos hecho por ti y por tu familia, Pancracio, deja de una vez de tocarme los cojones. 


Y Pancracio cabecea, no para de enrollar y desenrollar los folios, con la maña de quien lleva generaciones escuchando al señorito y dándoles vueltas a las cosas entre las manos. Piensa en lo que le recuerda aquella muchacha a su nieta, y en algún lugar oscuro de su cabeza, que no tiene tantas luces como la del señorito, se le ocurre que quizás haya una manera de librar a la morita de todo aquello.  


(Para el concurso de Zenda Libros: historias rurales)


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