viernes, 7 de agosto de 2020

Prejuicios

Mi padres, cualquiera sabe por qué, tienen aversión a los viajes. A todos los viajes, no es cosa de este año por la pandemia. Creo que mi madre sería incapaz de apartarse más de un día de su telar. A mi padre nunca le he visto moverse de su sillón, donde se dedica a leer libros de aventuras y a soñar despierto, con tapones en los oídos para que mi música no le moleste. 

Por más que intentaron disimularlo, noté cómo se les cambió la cara cuando aparecí con el folleto que aseguraba que este era el más seguro y formativo de los viajes de estudios. Luego, resignados ante mi insistencia, me impusieron algunas condiciones, además, claro, de las distancias, el lavado de manos y las mascarillas. Debía viajar siempre por tierra, esquivando el contacto con cualquier isla y con cualquier mujer que practicara la hechicería. Contrataron un seguro millonario, y tuve que prometerles que estaría siempre localizable. 

Y ahora están ahí, al otro lado de la ventanilla, con esa sonrisa triste. No veo el momento de que el tren arranque de una vez. Mi madre me ha puesto en las manos una manta que ella misma ha tejido, insiste en que me abrigue y no deja de mirarme entre cariñosa e inquisitiva. Mi padre, por su parte, me ha entregado con la solemnidad de una herencia su propio arco, que dudo que haya usado alguna vez, arrumbado como estaba en el desván. Ahora tendré que llevarlo encima todo el viaje, como una condena. En cuanto el tren arranque y acabe esta lluvia de lágrimas y consejos, podré encaminarme al fin al vagón restaurante, donde me espera mi amada Circe, y empezaremos la aventura que llevamos preparando tanto tiempo. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Nos vemos en el atasco, de Carlos Domínguez

Ante las peticiones de los lectores, tengo el placer de publicar aquí otro relato de mi compañero de letras Carlos Domínguez, que nos trae un relato veraniego recalentado de asfalto:

NOS VEMOS EN EL ATASCO, de Carlos Domínguez

Nos vemos en el atasco, exclamaban en la playa, la piel brillante por el sol. Nos vemos en el atasco, repetían en el chiringuito, brindando con las cervezas bien frías, como nos gustan. Nos vemos en el atasco, decían al cruzarse en el supermercado, resignados, los ojos cansados brillando sobre las mascarillas, el domingo que se acaba y todavía tenemos que bañar a los niños, darles la cena y ponerles los pijamas. Nosotros salimos después de comer, cuando menos atasco habrá.
Nos vemos en el atasco, gruñimos entre dientes, el coche parado esperando que el de delante se ponga en marcha y poder avanzar unos metros. Los niños que se despiertan y ven que todavía está ahí el campo de girasoles con sus cabezas humilladas por el calor y el grano. Falta mucho. No, un ratito solo, es que hay atasco. Y los niños que vuelven a cerrar los ojos. A ver lo que duran durmiendo, piensas bajito para que no se despierten. Tu mujer que quita la radio, no se vayan a despertar: total solo hay fútbol. Y tú que te quedas sin lo único que te distraía. A partir de ahora una ristra de coches parados, el sol que te deslumbra y el silencio del aire acondicionado.
Nos vemos en el atasco, parecen decir las motos de la guardia civil que avanzan haciendo equilibrios, deteniéndose de vez en cuando ¿Todo bien? No, ya se está solucionando. Qué más quisiéramos. Un accidente, unos kilómetros más allá. Muchas gracias. Los coches resoplan inmóviles, las horas pasan lentas, al fondo se ve avanzar unos metros un camión y vas calculando cuándo llegará el avance hasta tu coche, como el trueno que sucede al relámpago. Unos metros, siempre pocos, y volvemos a frenar.

Nos vemos en el atasco. Pero en el atasco no ves a nadie que conozcas, aunque todos podrían ser conocidos, con sus caras, morenas y cansadas y sus mascarillas colgándoles del cuello como un barbiquejo quirúrgico, igual que la tuya. Todos podrían ser tú o yo o el del coche de detrás que se mete el dedo en la nariz, no mires, cari, el muy cochino. A ver niños, vamos a jugar: veo, veo. Qué ves. Una cosita. Papá, falta mucho, no hijo, un rato solo. Eso dijiste la última vez. Con la letra a. Árbol. Falta ya poco, avanzamos lentamente pero cada vez estamos más cerca, cariño. Avión. Araña. Abanico. Me rindo.
Nos vemos en el atasco, y la aguja del depósito de gasolina que sigue bajando, deberíamos quitar el aire acondicionado. Entonces no aguantamos el calor, cari. Papá falta mucho. No cariño, en un ratito llegamos, duérmete. Eso dijiste la última vez. ¿Quieres galletas? Gracias, mamá. Hay galletas para mí. No, son para los niños. Pásame el agua.
Cada vez más gente está fuera del coche, al principio tímidamente, apoyados en la puerta abierta, haciendo como que miran al horizonte, a la loma donde se pierde la fila de vehículos. Luego, con más valentía, se acercan a los coches cercanos a intercambiar miradas de resignación y comentarios impersonales. Sí, de Sevilla, pasamos el fin de semana en casa de mi suegra pero mañana trabajamos. Ojalá, pero están muy mayores para quedarse con los niños. La guardia civil que pasa y les dice que vuelvan a sus coches, pero pronto vuelven a pasear distraídos por el arcén. ¿Podemos salir nosotros? Es peligroso, ya os lo he dicho. Es que quiero ir al baño. Bueno, venga, ve con tu madre. Menos mal que me traje toallitas. Poneos las mascarillas. La carretera se va llenando de enmascarados. Ves a los niños bajarse y perderse tras las retamas. Dejas de verlos. No sabes por qué pero de pronto te entra el miedo de que el atasco se solucione y tengas que avanzar y no hayan vuelto. Te impacientas, ¿Y si tenemos que salir? Lo que faltaba, los coches pitando y tú esperando que terminen de una vez. Los ves volver y la fila sigue sin moverse.
Nos vemos en el atasco. Tengo hambre, papá. Cuando lleguemos pedimos una pizza, ¿queréis más galletas? Lo de los fines de semana en la playa no hay quien lo aguante. Pues con el calor que hace cualquiera se queda en Sevilla, menos mal que tenemos a mi madre. La tarde cae y el asfalto recalentado comienza a dar un respiro. A lo lejos ves que algunos coches se mueven, calculas el tiempo hasta que llegue y ves cómo la gente se va metiendo en sus coches y arrancando, esta vez parece que va en serio. Niños, al coche, rápido. Arrancas y metes primera, te pegas al coche de delante sin perder un segundo. Metes segunda, tercera, cuarta. Cuidado, que como frene nos chocamos. Los coches aceleran, metes quinta, la fila de al lado va un poco más lenta y los vas dejando atrás. ¿Falta mucho? Cruzad los dedos que parece que no. El atasco que se disuelve como si nunca hubiera existido, los niños que se quedan dormidos, cierras las ventanillas y pones de nuevo el aire acondicionado. Te sorprende la noche llegando a casa, piensas que no merece la pena este veraneo de fines de semana.



Nos vemos en el atasco, repites contento en la oficina, la semana que se acaba y tu suegra que llamó anoche para ver a qué hora llegabais, que el sábado hacemos un arroz en el jardín. Nos vemos en el atasco, repiten los clientes al teléfono. Nos vemos en el atasco, el cansancio de la semana que se mitiga al pensar en el chiringuito del día siguiente. La carretera te espera, el único obstáculo antes de la playa. En un par de horas estaremos.

El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...