sábado, 25 de enero de 2020

Negocios

Cuando Mefistófeles emergió de la niebla sulfurosa para cobrarse la deuda, encontró al lado de Fausto a un inflexible funcionario de sanidad, que finalmente se avino a aceptar como pago de la multa por emisiones contaminantes el alma maldita de Mefistófeles.


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lunes, 6 de enero de 2020

La noche de los tiempos

No puedes dormir, es imposible. Te has pertrechado de libros y linterna para pasar la noche lo mejor posible, oculto bajo las mantas. Ya quisieras tú dormir, en esta noche que siempre transcurre a paso de camello. La mejor noche del año, la más terrible. Ahí estás, inmóvil en la oscuridad, ahora que te han cerrado la puerta, y que tu hermano mayor ya duerme a tu lado como si el universo no pendiera de un hilo dorado esta noche. Le has pedido prestado el walkman porque no quieres oír ningún ruido de los que suena por la casa, porque no quieres profanar la noche parándote a averiguar cuál de ellos es rutinario y suena en realidad todas las demás noches mientras tú duermes, y cuál corresponde a la magia en zapatillas. Ya tienes una edad, te dijeron hace unos meses, ya es hora de que sepas. Pero eso no te ha quitado los nervios. La decepción de conocer el truco del ilusionista no te hace abjurar de la ilusión. El año pasado, cuando te despertaste por la mañana, aunque tú jurarías que no habías dormido ni un minuto, la puerta de tu cuarto volvía a estar abierta, y un reguero de caramelos brillaba en el pasillo. Y en el bolsillo de tu bata de cuadros, sobre tu misma cama, descubriste una piedra negra y reluciente. Ya tienes una edad y es hora de que sepas, aunque tú no pediste saber, aunque tú te peleabas en clase con tus compañeros, tan escépticos, tan creídos, tan mayores ellos. Existen ¿me vais a decir a mí que no existen?


Ya tienes una edad como para pasarte dos horas en plena madrugada poniendo pegatinitas a los puñeteros juguetes de los niños, después de sacarlos de cajas llenas de alambritos, envoltorios diseñados para resistir al apocalipsis nuclear, para producir tanto desecho de plástico y cartón como sea posible, juguetes pensados para que un padre se pase media noche pegando miniaturas, componiendo piezas para que la magia no sepa a cajas de corteinglés. Todo después de fingir la normalidad de cada noche, nosotros también nos acostaremos temprano, claro, no queremos que los Reyes nos pillen despiertos y se vayan. Y acercarse al cuarto, y decidir entre risas ahogadas y susurros si esa respiración es de niños dormidos o de nerviosismo y ojos apretados. Y cuando ya decidís que sí, que es el momento de la magia de altillos y escondites, un crujir excesivo de bolsas, una pieza que se te cae de las manos y rebota con un escándalo de accidente aéreo, y quedáis paralizados y en silencio, sintiéndote tú el ayudante torpe y traidor, que ha estado a punto de dejar al descubierto el truco de esta noche.

Ya tienes una edad, así que proteges a tu hermano pequeño, y te indignan todas las pistas que dan por la tele. Es cierto que ha habido un locutor cómplice y un poco rimbombante que ha contado en el telediario que esta noche los de la limpieza regarían las calles con mangueras de niebla para ponerle fácil el trabajo a Sus Majestades. Pero es una isla en un océano de indiscreciones pequeñas y enormes. Hubieras fulminado a ese padre con el que os habéis cruzado esta noche, cuando volvíais de visitar a Juana, la viejita que es medio pariente y vive dos calles más allá, y de llevarle su roscón, como cada año. El padre iba cargado con una bolsa enorme, y un todavía más enorme camión de plástico amarillo, un camión evidente, provocativo, que sus prisas de cinco de enero por la noche le impedían ocultar como es debido. Entonces se te ha ocurrido la genialidad de provocar una pelea con tu hermano, para enfadarle, para distraerle, porque te sientes un profesional del engaño y la estratagema, porque es importante que no se dé cuenta, él que todavía no se da cuenta, en realidad no entiendes cómo. Así que recibes la bronca de tus padres como un espía con motivos heroicos para callar, como un mártir de la Magia.

Quizá porque ya tienes una edad, tus padres hace mucho que no están, y esta noche los echas minuciosamente de menos. El regateo sobre la hora a la que nos podremos levantar mañana, la negociación al revés donde cada minuto de adelanto era una conquista. Tu padre se divertía dándoos largas, y tu madre con pequeños codazos, no seas así. Pactáis que cuando se vea la luz del sol sí, entonces si podréis gritar ¡los Reyes, los Reyes! e irlos a despertar, y abrigarse con la bata en el pasillo helado, brillante de caramelos, con una misteriosa notita pegada con celo en la puerta del salón, donde las coronitas dibujadas no son suficientes para disimular la letra evidente de tu madre ¿no se da cuenta? que mi hermano no ate cabos, por favor. Y los gritos impostados de tu padre, que nunca ha sabido hablarle a los niños, la risa de mamá que sí sabe, pero se muere de risa viendo los intentos de papá, que por fin ha consentido en salir de la cama, pero se pasa una eternidad en el cuarto de baño peinándose, provocándonos con su tardanza. mientras ya nos hemos leído ocho veces la nota y estamos dando saltos en el pasillo helado mientras le esperamos para abrir la puerta y gritar ooohhhh. Hoy con la impresora se hacen maravillas, y te has descargado un tipo de letra que solo usas esta noche, aunque los acentos tenéis que ponérselos a mano, y tu mujer es una Maga de los envoltorios y los cartelitos, una escaparatista casera que deja el salón irreconocible con tu ayuda patosa. Pero esta mañana eres tú el que tienes que despertar a los niños, es el mundo al revés, te dices, y piensas en tu padre, y en las pegatinas que te han dado la noche, en el punto de sadismo de los fabricantes de juguetes, que se aprovechan de que no tenemos escapatoria.

Tú ya tienes una edad, sin duda, y sabes que todo el tiempo se comprime en esta noche extraña, y tú eres tú, y tus padres, y tus hijos al mismo tiempo. Que todo el universo pende esta noche de un finísimo hilo dorado, pero ya es de día, por fin: ¡Arriba, niños, los Reyeeeeeees!

viernes, 3 de enero de 2020

Tradiciones

“Dame el aguinaldo, / carita de rosa / que no tienes cara/ de ser tan roñosa. / La campana gorda / de la catedral / que te caiga encima / si no me lo das...” 
Los chicos cantaban siempre ese villancico, no había más malicia. Pero escucharlo del hijo del campanero, después de lo que pasó, y siendo yo la nueva sacristana, me hizo buscar el monedero sin tardanza.

El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...