sábado, 25 de abril de 2020

La búsqueda

Tras regresar del entierro de la madre, sus hermanos se conjuraron para no quitarle ojo. No, Damián no había reaccionado. Hermético, imperturbable, nadie le había visto derramar una lágrima. Nada más llegar a casa se encerró en la cocina y empezó a cacharrear. Desde entonces sus experimentos culinarios ya no terminarían. Ese mismo septiembre lo admitieron en la escuela de cocina. Y la cocina se convirtió en su reino particular, siempre buscando, probando, pero siempre insatisfecho. Las esferificaciones, las emulsiones, las deconstrucciones. La investigación. Sus recorridos por el mercado en busca del producto exacto. La horas interminables de aprendiz en el restaurante, espiando obsesivamente al chef, absorbiendo cada detalle. El día del quinto aniversario, su hermana le invitó a comer:

Foto robada del libro de recetas de mi madre
—No te preocupes —le contestó Damián—, ya llevo yo alguna de mis cosas para que las pruebes.
—Lo siento, a mi casa nadie se trae su comida si yo le invito. Pero no esperes técnicas depuradas ni emplatados de alta cocina.

Cuando Damián probó la primera croqueta, mamá había vuelto, como un abrazo. Damián se echó a llorar. Y su hermana:

—La receta la tenía yo. Bastaba con pedírmela.

lunes, 13 de abril de 2020

Odisea

Los días le empiezan a parecer indistinguibles. No encuentra ni sombra de épica en su rutina. Levantar a los niños, ayudarles a organizar sus tareas. Jugar con ellos. Separarlos en el fragor de una pelea, alguna vez desesperarse y reñirles. Contarles historias. Lograr que pase el tiempo o lo parezca. 


Ha aprendido a conjugar el verbo teletrabajar. A veces logra que aquello pase por ser un lugar de trabajo apropiado, que las risas y los gritos de los niños no se cuelen por el micrófono del portátil, con el que vaga de un rincón a otro de la casa en busca de wifi y de silencio. Cuando baja al súper se acuerda de las colas que le contaba su madre de cuando todo aquello. Así que la llama: ¿estás bien? ¿necesitas algo? Cada noche busca en internet nuevas ideas, platos que cocinar al día siguiente, rutinas diferentes, porque las de hoy ya parecen como deshechas, gastadas por este tiempo plano y gris, como un tapiz desvaído con el roce.

Cada tarde sale al balcón a aplaudir. Aplauden a Esculapio, entregado a la curación y al cuidado. O a Sísifo, que intenta día tras día que la roca no vuelva a rodar ladera abajo y nos aplaste. Aplauden los esfuerzos titánicos de Hércules para que todo siga donde debe. Y los desvelos de tantos otros. Incluso los del mismo Homero, que inventa mundos para que el nuestro nos parezca más comprensible y habitable. Se acuerda también entonces de su esposo ausente, obligado a viajar sin descanso. Ella (o quizás sea él, quién sabe) se llama Penélope, y no suelen mencionarla entre los héroes.

El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...