jueves, 15 de junio de 2023

CIUDADANO MACKENZIE (EL SERIAL). Capítulo 3

 Resumen de lo publicado:


Estamos en 1992, año en que coinciden, ya lo saben ustedes, dos importantes eventos: los Juegos Olímpicos de Langreo y la Exposición Universal de Nueva Bollullos Par del Condado de Idaho. Hace diez desde que la invasión alienígena interrumpió el Mundial 82, que de no haber sufrido semejante imprevisto hubiera resultado a no dudarlo en aplastante victoria para nuestra furia española. Inmediatamente, toda la Tierra fue ocupada. ¿Toda? ¡no, una pequeña aldea turística asturiana, que, por entonces, amén de lugar de culto de la Santina, era sede de una convención de artistas de la copla, resistió, como ya había hecho siglos atrás, al invasor! Allí se inició la increíble gesta que conocemos como Nueva Reconquista. El resultante  Novísimo Orden Mundial Estavezsiquesí  le ha encargado al que suscribe averiguar todo lo posible sobre el mutante cero, de nombre Mackenzie. Hasta ahora la investigación solo ha arrojado un cúmulo de chorradas sobre su infancia en una granja y su proverbial falta de cabeza (compatible paradójicamente con su exceso de ella); pero el que suscribe empieza a intuir que esta investigación quizá tenga un sentido más profundo, quizá esta búsqueda sea la del alma de quien suscribe, quizá desvele los secretos de la condición humana, quizá nos haga entender lo que verdaderamente nos hace tales (humanos, para el que se haya perdido ya). Aunque si estos quizás se convierten en certezas, teniendo en cuenta el alto grado de imbecilidad de lo descubierto, que Rafael de León nos pille confesados. 


Sigo pues:


El que suscribe avanzaba por aquel lúgubre pasillo con “Marinero de luces” atronando los altavoces. El pabellón de mutantes del Corredor de la Rehabilitación Definitiva (antes corredor de la muerte) goza entre sus medidas de seguridad de un hilo musical que ha demostrado ser mano de santo para prevenir nuevas mutaciones: se trata de la banda sonora del espectáculo “Azabache para terrícolas”, un espectáculo de copla protagonizado por la madre de nuestro rey Paquirrín I, y Gloriosa Regente hasta la mayoría de edad del muchacho o su adquisición del pleno raciocinio, lo que antes ocurra, incluso aunque ocurra una cosa y la otra no ocurra nunca, que hay que prever todas las contingencias. No nos haremos eco aquí de las miserables insinuaciones de los enemigos de las Españas y también enemigos de la propia Regente, sobre si el hecho de que Rocío Jurado (ahora duquesa de los montes de Chipiona) no pudiera participar finalmente en el espectáculo se debía a un veto de la Regente, cuando todo el mundo sabe que fue precisamente nuestra Gloriosa Regente la que la comisionó para una alta misión que resultó incompatible con su presencia en el show. Porque lo de alta es literal: la Jurado se encuentra a unos 5000 kilómetros de altura, en órbita continua a bordo del satélite español “Nueva Laika”, protegiéndonos con su potente canto de otras invasiones alienígenas. 


El caso, decía, es que caminaba el que suscribe por la sección de mutantes de este corredor acompañado de la poesía inspirada y elegíaca de “Marinero de luces”, y me admiraba del perfecto sistema de clasificación por subsecciones según el tipo de mutación, que ya se sabe que estos bárbaros yanquis otra cosa no, pero organizados son un rato. Así, una subsección alojaba a los mutantes tendentes a ferretería y grifería (el hombre bañera, el manos de serrucho, tan  surrealista como romántico, y hasta el pobre y sufrido hombre excusado). En otra, los mutantes semianimales o semivegetales, convenientemente separados machos de hembras para evitar cruces o polinizaciones no deseadas. Por otra, los mutantes de fantasía, con unicornios, superhéroes, minotauros y orientales aniñadas vestidas de rosa. Todos estos provenían en su mayor parte de una convención de raritos del cómic (el nombre técnico de la convención era otro, pero creo que así nos entendemos mejor) en Nebraska, sobre la que cayó un rayo transformador. En otra subsección diferente, donde se encontraba Mackenzie, los mutantes de miembros multiplicados, con triples y hasta séxtuples cabezas, brazos por doquier, profusión de orejas y hasta penes brotando como espárragos de lugares insospechados. Nuevamente, en este último caso, el culpable fue otro rayo transformador, caído esta vez en Sevilla, ciudad, como es sabido, especializada en la floreciente industria turística de las despedidas de soltero o soltera, que tanto da una cosa como la otra a la hora de adornarse con tales adminículos. Para la mayoría de los mutantes se solía optar por la amputación, la multicastración y hasta el ajusticiamiento, aunque en realidad, solo Mackenzie tenía una condena por hechos que podían achacarse a su responsabilidad y no a un mero accidente provocado por rayitos (ya malévolos, ya fortuitos) de los alienígenas. Y esto es porque se le consideraba el caballo de Troya de la invasión. Mackenzie, mientras pudo, negó tal responsabilidad con las tres cabezas, así que de mi entrevista con él lo que esperaba es que lo hiciera ahora con la única que le quedaba sin ajusticiar.


Mackenzie me esperaba en un locutorio de alta seguridad que olía a sidrería, pues precisamente por seguridad había sido regado con sidra peleona y alfombrado de cachopos con un grado de conservación y un aspecto más que dudosos, pero es lo que tienen estos protocolos.


Por fin conocía a Mackenzie. Aunque el espectáculo no era especialmente agradable. De su camiseta naranja de tres cuellos brotaban, efectivamente, sus tres cabezas, aunque las dos de los extremos, tras los sucesivos ahorcamientos y corrupciones de la materia muerta, habían sido reconstruidas por un taxidermista, con relleno de paja y maquillaje, en un difícil equilibrio entre conservación y creatividad. Así que ofrecían dos rostros de expresión si no natural, sí efectista, aunque congelada en mueca. Por un lado, la cabeza de la izquierda reproducía básicamente el rostro de Nicolas Cage cuando está a punto de resolver bien un apretón del bajo vientre, bien un peligro que acecha a la humanidad (pues a él se debió el hallazgo jamás suficientemente valorado por las escuelas actorales de que a ambos sucesos les corresponde el mismo rictus bucal). Y la de la derecha, sin duda peor tratada por la corrupción de la carne, o abordada con más fantasía por el taxidermista, parecía una  mezcla de la rana Gustavo y Gunilla Von Bismarck, incluido el pelo pajizo de la segunda. Por su parte, la del centro, considerablemente más grande que las otras dos, y sin mucho interés para ser descrita (rostro americano medio diseñado para aparecer entre semana encima de corbata y camisa blanca y los fines de semana para rematar conjuntos de bermudas y camisetas imposibles al calor de una barbacoa), miraba continuamente de reojo a un lado y a otro, como si temiera que de un momento a otro sus dos cabezas compañeras cadáveres fueran a participar en la conversación. 


Transcribo a continuación mi grabación de la entrevista, si es que merece tal nombre:



INVESTIGADOR (YO):¿Era Vd. consciente de que su glotonería al devorar lo que usted afirma que tomó por foie traído desde el espacio provocaría la colonización de su cuerpo y la invasión posterior?


MACKENZIE: ¡Foie! ¿dónde? ¿Ha traído? ¿De pato o de ganso?


I: ¿Obraba Vd. en connivencia con los alienígenas? ¿Le habían prometido algún tipo de pago por servir de cabeza de puente a la invasión? ¿Es cierto que le habían prometido ser reyezuelo de las Islas Malvinas? (tengo prohibido decir Falklands)


M: ¡Cabeza de puente su madre!


I:¿Hay algo en su infancia o en su adolescencia que pueda explicarnos su comportamiento? ¡Quiero entenderle, maldita sea, señor Mackenzie! 


(Tengo comprobado que los nativos de estas tierras bárbaras reaccionan mejor a los malditasea, a los maldición e incluso a los rayos y centellas que a nuestras castizas expresiones de "mecagoentó", o que incluso a las eficaces entre nosotros blasfemias eucarísticas)


M: ¿Quiere entenderme? Hágame un favor entonces. Vaya a Texas y pregunte por Leslie. Quiero volver a mi rancho de Texas, mucho antes de Houston, mucho antes de la NASA. Oh, Leslie. There's a yellow rose in Texas…(esto último cantando)


I: Señor Mackenzie ¿se arrepiente usted? ¿Sigue queriendo dominar el mundo? ¿Qué le prometieron los alienígenas? ¿Hay otras mutaciones ocultas en su cuerpo? ¿Es cierto que es Vd. hermafrodita?


M: I’m a poor lonesome cowboy and a long way from home… (mientras cantaba esto, me deslizó en la mano un guardapelo repujado, con su correspondiente mechón moreno dentro, según pude comprobar después, y el retrato ya borroso de una dama)


Por autoprotección ante su nuevo canto (aunque me sonaba a country, y el country tiene ciertos efectos preventivos, según han demostrado los duetos de Dolly Parton y Bertín Osborne en su versión bilingüe del clásico de Johnny Cash “I’m a miner / soy minero”), entoné apresuradamente un “Échale guindas al pavo” que nunca me falla, y salí de aquella habitación dando por imposible la continuidad de la entrevista.


Sin duda, debía ir a Texas si quería entenderlo todo. Por lo visto, después de su infancia en Wichita, su adolescencia texana lo había marcado más de lo que yo había podido calcular. ¿Estaría ahí su amor? ¿Un primer contacto alienígena? ¿La explicación de tanta estulticia?


Seguiré informando desde el secarral antiguamente llamada Texas, conocida hoy como Desierto de Nueva Doñana.


lunes, 5 de junio de 2023

CIUDADANO MACKENZIE (el serial). Capítulo 2

 Segundo informe del agente Pancracio Peláez, (expediente de limpieza de sangre terrícola 0897/622, nivel B2 en copla española y fusión flamenco-country, diplomado en la Escuela de Reeducación Musical Bertín Osborne)


Resumen del informe anterior: una vez reconquistado el planeta, el Novísimo Orden Mundial Estavezsiquesí le encargó al que suscribe investigar a Mackenzie, el mutante cero de la susodicha invasión felizmente derrotada por la furia española y olé. Descubro que es hijo de un escocés borrachín y de una cocinera mexicana macerada en tequila. Que fue noticia al nacer por su cabezón, siempre grande pero bastante desocupado. El que suscribe va a visitar la granja de Wichita donde se crio.


--------------------------


Llego a la granja sin más contratiempo que tener que soportar media hora de conversación con Max, el compañero de escuela de Mackenzie, que habla sin parar y de un único tema siempre: esa costumbre bárbara que en inglés americano comienza siempre con un "¿Echamos un partido de football?”, lo que equivaldría en nuestra gloriosa lengua imperial al "¿quedamos para darnos de cabezazos y lanzarnos melones en el melonar de la tía Engracia?"


A la entrada de la granja nos recibe un ¿rebaño? ¿piara? ¿manada? (investigar este punto) de gansos, que rodea al coche y se emplea a fondo con picotazos en nuestras canillas en cuanto descendemos del vehículo. Luego nos contarán que los gansos han proliferado sin tasa en la granja, al desaparecer su depredador natural, que era el propio Mackenzie. A servidor, a quien siempre le había parecido que un ganso era un pato que ha leído demasiados cuentos de los hermanos Grimm, solo se le ocurre decirle “pitas, pitas, pitas”. Pero luego le corroe la duda de si eso no era exclusivo de las gallinas.


Sentada en una mecedora en el infaltable porche de la casa, nos observa con mirada penetrante y piel arrugada la que parece ser la mujer que crio a Mackenzie, conocida como abuela Mae, o quizás sea solamente su figura disecada o su momia. Lleva un rifle entre las manos y parece que se mueve, aunque en aquel momento no alcanzo a distinguir si el movimiento es el de inercia de la propia mecedora o el del cuerpo de un ser vivo. La saludo con el nuevo saludo ritual universal (“qué tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora…”), pero su respuesta no sigue los cánones fijados por nuestro servicio de inteligencia antialienígena. En vez de “por los rincones” contesta con un sonoro “fuck off!”, que mi acompañante Sam, que para algo había de servir además de para ilustrarme en los mil y un modos de dar cabezazos con casco, traduce como “¡Bienvenido a esta humilde granja!”, más una explicación de que a estos ancianos no ha sido posible reeducarlos.


Mantengo a continuación una entrevista con ella por mediación de Sam, que me lleva a las siguientes conclusiones que anoto a continuación:

  • Que su nieto fue, es, y siempre será tonto de remate, tenga el número de cabezas que tenga.

  • Que, sin embargo, siempre tuvo una inquietud investigadora digna de que Dios le hubiera concedido algo de cerebro.

  • Que ello le llevó a meter dedos en enchufes, manos en motosierras, cuello bajo trayectoria de hachas o lenguas en batidoras en funcionamiento.

  • Que sin embargo, la suerte siempre le acompañó en semejantes insensateces, saliendo por lo general casi incólume.

  • Que pronto, desde muy adolescente, se obsesionó con los gansos, a los que aprendió primero a diseccionar y luego a sacrificar sin sufrimiento (sí, por ese orden). 

  • Que probó a escribir con pluma de ganso, resultando ser un escritor lamentable.

  • Que probó luego a volar también con sus plumas, resultando igualmente una pésima ave (comparable como mucho a una gallinácea gorda), con poca resistencia al costalazo, pero una más que apreciable vedette, sin embargo. Aunque en la América profunda eso se valoraba entre poco y nada, y le hizo merecedor de algún baño de melaza y hormigas carnívoras.

  • Que encontró luego un libro de cocina francés, y se ejercitó por su cuenta en el engorde de gansos y la transformación de sus hígados en foie, un invento asqueroso de los franceses que solo le gustaba a él y a su perro.


Con la arenga de la anciana Mae nos dan las seis de la tarde, la hora oficial de la sidrina y el cachopo decretada por la Agencia Universal de Prevención de Invasiones Alienígenas. Apenas se lo insinúo a la vieja  pronuncia otra vez en su lengua indígena las palabras de  calurosa bienvenida a su granja y me dice que qué costumbres son esas, que ella no hace caso de semejantes tonterías del extranjero opresor. Me pongo entonces didáctico y le explico cómo la invasión extraterrestre solo respetó en todo nuestro planeta  la cueva de Covadonga y el hotel adyacente, donde se estaba celebrando una convención de la copla española, con guiños al flamenco y al country. Y que de allí surgió el heroico movimiento de nueva reconquista (concretamente desde el Mesón-Tienda de Recuerdos Don Pelayo), donde apenas un puñado de hombres se levantó en armas blancas (las que había a mano en la tienda de recuerdos, básicamente navajas de Albacete, abrecartas toledanos bellamente labrados y cutters musicales al son de Asturias, patria querida). De ahí (sigo explicándole) que la nueva aristocracia y realeza sea la folclórica, y que, aplicando el método científico, se acordó que nuestros invasores eran alérgicos bien a los culines de sidrina, bien al cachopo, o a las reproducciones de plástico de la Santina, o a la citada música o bien a una combinación de todo ello. Y que por si acaso usamos todos estos ingredientes como armas para reconquistar el planeta, poniendo a los aliens en huida. Y que desde entonces era obligatorio que a las seis de la tarde todo el mundo consumiera su dosis de recuerdo de sidrina y cachopo, además de los saludos ceremoniosos con fragmentos de la copla española que nos había acompañado en el camino a la libertad.



Terminada mi emocionada explicación, la vieja volvió a darme la bienvenida a su humilde granja y lanzó salvas con su rifle, demasiado cercanas a mi cabeza como para quedarme ahí, así que Sam y yo tomamos las de Villadiego (las de San Diego, repetía él, en su bárbaro idioma).


Continuará la semana que viene con un tercer informe donde aportaré más datos de nuestro Mackenzie.


El mejor de los mundos posibles

 (Relato finalista en el X Concurso de Relatos Marbella Activa) El sujeto que nos ocupa, llamémosle X, tiene ante sí el mar, después de un c...