Nunca pensé que aquel curso de grafología me sería tan útil. Porque su escritura trasluce siempre la verdad, por más que ella disimule con tanta perfección al escoger las palabras que me escribe. Desde la primera respuesta estuvo claro: “gracias por los piropos”, decía, y también “lo nuestro es imposible”. Pero el trazo de la pe de “imposible” indicaba pasión. Quedó así inaugurado nuestro lenguaje secreto: alegaba sus obligaciones y su marido, y el oleaje de esa eme decía sálvame del naufragio. Después se volvió más escueta. Se sentía vigilada, sin duda. Pero la zeta de “déjame en paz” rezumaba deseo. Esta noche iré a rescatarla. He recibido ya la señal definitiva, en esa jota temblorosa, inclinada hacia mí, con la que escribe “orden de alejamiento”.
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