Temblamos ante ellos exactamente como los flanes que nos ponen cuando completamos una misión. También les lloramos imitando al lagarto y la lagarta del poemita aquel. Órdenes cumplidas con rigor. Incluso Carlitos, que ya controla esfínteres, logró hacerse pipí encima. Así fue como los soldados, que eran todavía de la especie humana, bajaron la guardia y los aniquilamos. Nuestros superiores saben que la piedad es un defecto que no tenemos en nuestro código genético. Pero al parecer olvidan que sí tenemos el de la ambición. Lo recordarán luego, en el cuartel general, cuando pretendan recompensarnos otra vez con una simples chucherías.
lunes, 22 de abril de 2019
lunes, 15 de abril de 2019
Intrusismo
“Yo no la he escrito”, bramó la zarza ardiente, mucho más encendida que de costumbre. Moisés, perplejo, leía y releía los mandamientos de aquella tabla, que tanto le habían gustado al pueblo: “perseguirás al diferente, culparás al forastero, explotarás al prójimo, amarás al oro como a ti mismo”.
jueves, 11 de abril de 2019
Las reglas del juego

Este microrrelato ha obtenido el segundo premio del mes de noviembre de 2018 en el estupendo taller de Ficticia, actuando de jurado la escritora Débora Benacot. Precisamente el tema propuesto era el que da título al cuento: las reglas del juego.
lunes, 8 de abril de 2019
Pintadas
El nombre de mi hermana está hoy en boca de todos. Parece que el muchachito ha vuelto a atacar esta noche con sus pinturas, y toda nuestra fachada ha amanecido hoy cubierta de brochazos en su honor. Cuando mis padres vuelvan del viaje y lo vean se formará una buena. Así que yo mismo he cogido una espátula y pintura blanca y he decidido acabar con esto. Una dama de su clase ha de escoger mejor sus pretendientes. Y este Michelangelo no llegará a nada bueno pintarrajeando paredes.
lunes, 1 de abril de 2019
La cigarra y la hormiga
El último día de vacaciones siempre nos daba mucha pereza, porque tocaba mudanza. Mi padre decía que era ley de vida, y que no nos dábamos cuenta de lo afortunados que éramos por disponer de una residencia de verano y otra de invierno. Pero la recogida era laboriosa: desmontar los tendederos del patio, descolgar el columpio de mi hermano de la portería, colocar todo en su sitio en el comedor; devolver los libros, los lápices y los cuadernos a los estantes. Borrar nuestros dibujos de las pizarras. Ahora que abandonábamos la escuela, solo quedaba decidir qué chiringuito tenía mejores vistas para pasar el invierno.
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La hora cero
Nadie, salvo el universo, le hubiera dado la menor trascendencia a la respuesta de ella: —Queda cerca, pero es complicado; mejor te acompa...

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