Cuando el cielo se abrió sobre ellos derrochando dorados y trompetería y el Grial les fue arrebatado, a Sir Galahad no le dolió la mirada despectiva de ángeles y serafines. Para ser sincero, lo que más lamentaba tampoco era perder a su rey, que se iba a borbotones. Lo que realmente le obsesionaba mientras el santo vaso se terminaba de perder de su vista era su atolondramiento cuando la posadera le entretuvo con detalles, y él solo pensó en la urgencia de un caldo con que obrar la curación:
—No, un vino cualquiera. La virtud reside en el cáliz.
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