Cuando se ausentaba de casa para volver al frente podían pasar meses, años incluso. Ellas solo sabían que regresaría cambiado, apenas reconocible. Besaría a las niñas, volvería a intentar salvar el nuevo abismo entre su mujer y él. Impondría su autoridad.
La pequeña había descubierto el papel amarillento que consultaba a hurtadillas en cada regreso. Así que la noche antes de su nueva marcha se coló en el dormitorio y robó aquellas instrucciones pormenorizadas de cómo llegar a la casa, sus nombres, costumbres y otros trucos imprescindibles. En su lugar, dejó otra nota idéntica sobre Dolores, la inconsolable viuda de la casa de enfrente.
¡Qué bueno! Te superas en cada relato. Me encanta, Tomás.
ResponderEliminar