Habría cogido alguna vez un hilván de su montón si el capataz no estuviera vigilándonos. Porque ella no alcanzaba el mínimo: mil al día. Había venido intoxicada, de la sección de tintes a la de dobladillos. La escondieron cuando vino aquel inspector europeo que nos preguntó por las condiciones de trabajo. Nosotras le respondimos como nos habían enseñado. Luego nos mostró un folleto con nuestras prendas, marcadas en euros. Me lo tradujeron a rupias y entendí lo que valíamos. Así que, ahora que ella no está, oculto estos mensajes en los dobladillos, por si encontrarais alguno antes de tirar la prenda y comprar la última oferta.
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