domingo, 28 de mayo de 2023

CIUDADANO MACKENZIE (el serial). Capítulo 1

(Sirva este pequeño serial semanal como homenaje al bueno de Mackenzie, con quien llevo ya un año conviviendo, desde su aparición en los Relatos en Cadena de la Cadena SER y Escuela de Escritores)


Informe del agente Pancracio Peláez, con expediente de limpieza de sangre terrícola 0897/622. Comisionado por el Novísimo Orden Mundial Estavezsiquesí para depurar responsabilidades en la invasión de nuestro planeta por fuerzas alienígenas en pleno Mundial de Fútbol 82, acontecimientos ambos de los que acaba de cumplirse un decenio.


Se me encarga investigar al caso cero de mutación alienígena, el individuo Richard Mackenzie III,  cuyo nombre completo es en realidad Richard Zebulón del Rosario Mackenzie Vásquez (obviamente sin expediente posible de limpieza de sangre, siendo como fue el primer mutante). Su papel en la invasión alienígena es de sobra conocido y no precisa ser investigado, pero sí se hace imprescindible averiguar sus auténticos motivos. También saben todos de sus dos condenas a la horca tras juicio sumarísimo según las nuevas leyes de Houston Reconstruido (Virreinato de la Nueva Texas). Ambas sentencias se ejecutaron una tras otra, pero una tercera y necesaria condena parece atascada sine die en un marasmo de lagunas legales, puesto que a nadie se le ocurrió redactar leyes para individuos de tres cabezas. La doble pena fue ejecutada consecutivamente en dos de sus tres cuellos, lo que provocó que desde entonces Mackenzie languidezca en el Corredor de la Rehabilitación Definitiva (antes corredor de la muerte) vestido de naranja y con dos cabezas de ojos vidriosos pudriéndose lentamente junto a la única y espantada cabeza superviviente.


Para cumplir dicho encargo me he trasladado a las Nuevas Colonias. Allí me ocupo en pesquisas y entrevistas diversas, con las que espero recabar datos suficientes como para que el rey de las Españas y Emperador del Novísimo Orden Estavezsiquesí, el joven Paquirrín I y la Gloriosa Regente, su madre, puedan dilucidar si el susodicho Mackenzie colaboró en la invasión por maldad, estupidez, posesión alienígena o por una combinación de todos estos factores.


Localizo a alguno de los compañeros de Mackenzie en la Wichita South Highschool, donde cursó (a duras penas, declaran) el bachillerato. Consulto el anuario del centro, donde leo:



“El bueno de Mackenzie: cabezota, cabezón y con una rara mezcla de curiosidad científica y torpeza absoluta. Se discute si algo en su cerebro se estropeó en nuestro equipo de football por sus legendarias entradas de cabeza, o bien se apuntó al equipo porque ya tenía previamente algo suelto dentro de ese cabezón. Las malas lenguas dicen que una naviera le fabrica el casco a medida. Su cabeza le hará famoso, sin duda, aunque seguro que no del modo que él cree.”


La conversación con Max, su compañero de banquillo en el equipo de football y ahora agente inmobiliario y predicador de la Iglesia de la Copla Hispanocountry Refundada Parton-Jurado (por Dolly y por Rocío, obviamente) me conduce a una granja a diez kilómetros de Wichita, donde al parecer se crio con su abuela Mae. Por el camino me cuenta lo que sabe de ella: una escocesa emigrada desde las mismas orillas del lago Ness después de que el  gorgojo acabara con las cosechas de cebada de dos años y hubieran de fabricar el whisky con colza desnaturalizada. A un lado u otro del Atlántico, la abuela Mae nunca se separó de su mecedora, su rifle, y su alambique. La abuela Mae fue esposa del primer Richard Mackenzie y madre de Richard Mackenzie Junior, que heredó de su madre la afición al whisky, pero no la habilidad a la hora de fabricarlo. Es fama que consumía con avidez cualquier líquido ambarino, sin mirar si era whisky, bourbon o aguardiente de melaza, siempre que fuera de alta graduación alcohólica y arrancara una blasfemia al atravesar el gaznate. El tal Richard Mackenzie Junior trabajaba, lo cual es un decir, de mayoral en una hacienda de un poblado de Texas (cercano a Río Grande, frontera por aquel entonces del Antiguo Imperio de los Estados Unidos de América del Norte), llamado Valentine. Días atrás, una mínima búsqueda en la Hemeroteca del Congreso Extinto, ya me había hecho  dar con el Valentine’s Chronicle donde se reseña como hecho inaudito el siguiente, allá por febrero de 1945: «Bebé de cabeza descomunal nace por medios naturales en Valentine. El padre, Richard Mackenzie y la madre, Yeni Varquis (sic), cocinera de la hacienda "El Reposo" dicen no entender el revuelo. "En mi familia —aclara ella— los chamacos siempre fueron  de cabeza grande, al igual que nosotras anchas de caderas y buenas paridoras". Solo la cabeza del bebé pesó cinco libras».


Por otro lado, un telegrama digital dirigido a la matrona jubilada del poblado de Valentine me había devuelto a su vez la siguiente información, que sospecho teñida de cotilleo: «Por supuesto que recuerdo al pequeño Mackenzie. Efectivamente, era fruto de los tórridos amores, muy sonados en el pueblo, entre el mayoral escocés de “El Reposo” y la cocinera mexicana, ambos de buen beber y mal elegir. Semejante mezcla de whisky peleón y tequila no podía producir nada bueno. Todavía no sé cómo aquella enorme cabeza pudo salir de donde salió. Y cómo podía llevar pegada a ella un niño tan esmirriado».


Sin embargo, Max, el compañero de equipo de Mackenzie en la high school, defiende que esa enorme cabeza estaba bien amueblada, y que él sabe de lo que habla, porque lleva años como agente inmobiliario: «sí, una cabeza open concept: pocos muebles y no muy sólidos,  pero mucho espacio disponible entre ellos. Es el minimalismo, amigo mío». Sigue contándome Max, según conduce a la granja, que Mackenzie hizo gala en su juventud de las tres cualidades que lo harían famoso, y que le servirían para ser cabeza de puente (no quisiera que se interpretara esta expresión como un juego de palabras) para la futura invasión: su gran glotonería, su curiosidad provocadora de desastres y su estupidez.


De lo que descubrí al llegar a la granja daré cuenta en mi siguiente informe. 



Afueras de Wichita, 12 de octubre de 1992 (año I del Novísimo Orden Mundial Estavezsiquesí, al tiempo que día de la gloriosa clausura de la Exposición Universal de Nueva Bollullos Par del Condado de Idaho, primer festejo de envergadura tras la aún más gloriosa Reconquista Planetaria).


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