viernes, 8 de mayo de 2020

La belleza

«Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados»
Juan Ramón Jiménez

La esposa del poeta se ha impuesto la misión de cuidarlo, pero él apenas prueba los platos que ella le lleva al estudio. Allí lo encuentra puliendo febril cada adjetivo, ofrendando el sacrificio de sus sinestesias en el altar de su escritorio. Fuera ruge la historia, y Madrid intuye un largo asedio. 


Ha llegado una muchacha. Trae un minúsculo atadillo con dulces y cartas del pueblo. Tiene las manos sucias y espanto en los ojos. No, el poeta no puede recibirla ahora. Y no pueden ayudarla. Van a viajar ya, lejos de aquel caos que amenaza al delicado trabajo del poeta, hágase cargo. La muchacha baja las escaleras ojerosa, pálida y desgreñada, apretando en la mano la humillación de unas monedas. Se cruza con un joven miliciano, tan rebosante de vida que apenas puede contenerla dentro. Ella lo mira y esboza una sonrisa, inclinando levemente la cabeza. Si el muchacho hubiera leído a los poetas, si supiera escribir, sabría poner nombre a las ganas repentinas de reír y llorar al tiempo que brotan de la visión fugaz de su cuello blanco, del cruce con aquella mirada triste, donde se encierra toda la luz desterrada de Moguer.

1 comentario:

  1. Me gusta la contradicción que estableces entre la tristeza, simbolizada por la casa y el poeta, y la vida, simbolizada por el exterior y la pareja.

    ResponderEliminar