sábado, 25 de abril de 2020

La búsqueda

Tras regresar del entierro de la madre, sus hermanos se conjuraron para no quitarle ojo. No, Damián no había reaccionado. Hermético, imperturbable, nadie le había visto derramar una lágrima. Nada más llegar a casa se encerró en la cocina y empezó a cacharrear. Desde entonces sus experimentos culinarios ya no terminarían. Ese mismo septiembre lo admitieron en la escuela de cocina. Y la cocina se convirtió en su reino particular, siempre buscando, probando, pero siempre insatisfecho. Las esferificaciones, las emulsiones, las deconstrucciones. La investigación. Sus recorridos por el mercado en busca del producto exacto. La horas interminables de aprendiz en el restaurante, espiando obsesivamente al chef, absorbiendo cada detalle. El día del quinto aniversario, su hermana le invitó a comer:

Foto robada del libro de recetas de mi madre
—No te preocupes —le contestó Damián—, ya llevo yo alguna de mis cosas para que las pruebes.
—Lo siento, a mi casa nadie se trae su comida si yo le invito. Pero no esperes técnicas depuradas ni emplatados de alta cocina.

Cuando Damián probó la primera croqueta, mamá había vuelto, como un abrazo. Damián se echó a llorar. Y su hermana:

—La receta la tenía yo. Bastaba con pedírmela.

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