sábado, 5 de enero de 2019

Portarse bien

No, Mario ya no era un buen muchacho. En eso había unanimidad. Empezando por la maestra, que le repetía a su padre que tenía que meterlo en cintura. No debía dejarse engañar por el aspecto de animal herido en el que se había atrincherado desde que la madre faltaba. El niño necesitaba orden y mano dura en casa. Bien es cierto que mano dura ya la tenía cada vez que el padre estallaba de soledad y alcohol al volver de la taberna. Pero, al parecer, de nada servían los castigos. Mario había cambiado, y para mal, a medida que se iba acercando la Navidad. Ya no quedaba nada de aquel niño noble y educado de cuando la madre estaba con ellos. Y eso que le habían advertido de que los pajes de los Reyes lo vigilaban todo en esos días. Claro que tampoco es que a Mario le hubieran traído juguetes muy lucidos otros años. A veces ni siquiera juguetes: una muda nueva, unos calcetines que suplieran a los que la madre ya no iba a remendar nunca.



Finalmente, la maestra optó por expulsarlo después del episodio del ratón. Mario había dejado escapar aquel bicho enorme, y fue la revolución. La maestra y la mitad de los niños subidos a los pupitres, mientras la otra mitad se ocupaba de la alborozada cacería, destrozándolo todo a su paso. Aquello no podía ser un accidente, una travesura sin más, dijo la maestra. Había un plan deliberado, sostenía, y argumentaba su larga experiencia, su amplio conocimiento de la condición de cada niño. Así que le dijo al padre que hasta ahí habían llegado. Que ni se molestara en volver tras las vacaciones de Navidad, que otros niños pobres iban a agradecer más lo que se hacía por ellos.


El comportamiento de Mario fue a peor en los días siguientes. Si aquello era un plan, si respondía a algún tipo de venganza debida a su maldad, como sostenía la maestra, la estaba ejecutando escrupulosamente. Martirizaba a los perros del barrio con latas viejas en el rabo. Ponía piedras al paso de los carruajes para escuchar los gritos de las señoras de postín con los baches inesperados. Rompía todas las botellas que encontraba guardadas por la casa. El día de Navidad, por fin, el padre no pudo más y lo dejó con la abuela, en aquella casucha fría y destartalada. Fueron un par de días, quizá tres. Mario pasó las noches, y parte de aquellos días, acurrucado a los pies de la abuela, dejándose acariciar como un perrillo. Su abuela y él casi no hablaban, pero la presencia de la vieja era lo más sólido a su alcance, como si su madre todavía estuviera ahí, como si todavía pudiera acariciarlo.


En Nochevieja no fueron solo los petardos: el cura sorprendió a Mario rompiendo a pedradas las ventanas de la iglesia. No pudo encontrar a su padre en ninguno de los sitios habituales, así que tuvo que llevárselo a la abuela cogido de la oreja, no sin antes repetirle la cantinela de que los Reyes Magos se lo harían pagar. ¡Y todavía sonreía el muy desgraciado!


Pero, ya el mismo cinco de enero, la fechoría superó todos los límites cuando se atrevió a robarle los caramelos al cartero real que la única tienda grande del barrio había traído aquel año.


Cuando llegó la mañana del día seis, tal y como todos se habían empeñado en recordarle, un saco de carbón fue todo lo que amaneció en su casa. El padre, recién llegado y todavía en la puerta, se sonreía esperando su reacción. Porque tendría que reaccionar al fin. Y sí que reaccionó, pero no como él esperaba. Como si toda su maldad se hubiera esfumado de pronto, su cara se iluminó y, tras pedir permiso a su padre, que no supo qué contestar, corrió con el botín a casa de su abuela, atropellando a todos a su paso:

–¡Abuela, los Reyes han cumplido su parte! ¡Mira lo que te traigo! ¡Carbón para el brasero!

4 comentarios:

  1. Qué bonito Tomás. Ojalá tengas mucha suerte. Pobre chiquillo. Cuántos hay que no necesitan sino un poquito de cariño y calor de brasero.
    Besicos muchos.

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    1. Más besicos para ti, Nani. Tanto cariño como el que tú das como lectora atenta.

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  2. ¡Me has llegado al alma! Precioso cuento de Reyes para hacernos reflexionar sobre las experiencias de esos niños que nos sacan de nuestra “zona de confort”. Un beso muy grande para los cuatro

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  3. Gracias. Sí, el docente está por ahí debajo. Qué importante es la mirada capaz de descubrir lo que merece la pena en cada niño. Y la culpabilidad de no saber hacerlo tantas veces.

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