No había flecha que le pudiera hacer daño. Había hecho construir un monasterio en honor al mártir San Sebastián, y pagó su peso en oro al abad para que día y noche se pidiera para él la invulnerabilidad. A las custodias del coxis de Juana de Arco les había donado doscientas arrobas de azúcar de Indias para sus confituras. Tenía el arco de Guillermo Tell y un resto momificado del talón de Aquiles. Pero cuando el brillo de una flecha lo deslumbró segundos antes de morir, lamentó haber rechazado a aquel herrero que le ofrecía por apenas un maravedí la misma vulgar armadura que llevaban todos sus hombres.
lunes, 21 de febrero de 2022
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
La hora cero
Nadie, salvo el universo, le hubiera dado la menor trascendencia a la respuesta de ella: —Queda cerca, pero es complicado; mejor te acompa...

-
" Lo maté porque era de Vinaroz." Max Aub, Crímenes ejemplares Siempre me estoy encontrando alumnos. Por todas partes. Antiguos ...
-
Estar en Quimera siempre es un lujo para un escritor. Si además uno lo está de la sabia mano de Manu Espada ¿qué más se puede pedir? Copio ...