No podía dejar de llorar si sabía lo que le convenía. En el pueblo somos comprensivos, pero a una joven viuda le pedimos cierto decoro. Recurrió a colirios y cebollas. Probó a no parpadear. Leyó que era mano de santo untarse bajo los ojos aquella crema mentolada de los resfriados. A cambio, le consentíamos salir y entrar cuanto quisiera. Aprendió a bailar mientras lloraba, a besar apasionadamente envuelta en llanto, a correr delante de la vaquilla entre sollozos. Pero cuando dio la campanada fue al representar en la plaza, pizpireta y empapada en lágrimas, aquel entremés tan divertido de los Quintero.
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La hora cero
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Jajajaja. Eres genial. Los de la Ventana no saben lo que hacen. Besos.
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