lunes, 3 de julio de 2023

CIUDADANO MACKENZIE (EL SERIAL): CAPÍTULO 4 (y penúltimo)

Les ahorro el resumen de lo publicado. Ya saben ustedes, esforzados lectores, lo de la invasión alienígena, la reconquista coplera desde Covadonga, y mi investigación sobre el papel de Mackenzie en todo aquello. Si les falta información visiten los capítulos anteriores, que yo ya bastante tengo con lo que tengo, dando tumbos por estas salvajes tierras americanas, consumiendo copla y sidra enlatadas, y tan lejos de la madre Patria.


Avanzo con un coche de alquiler por la polvareda del ahora desierto de Nueva Doñana. De la antigua Texas ya solo se conservan los pozos petrolíferos abandonados y los rebaños de esqueletos de vaca blanqueándose al sol. Llevo en mi bolsillo un guardapelo con un grimoso pelo moreno y un nombre en la cabeza, Leslie, y mi intención de averiguar qué pintan en esta historia. 


No me ha sido difícil recopilar cierta información sobre los años texanos de Mackenzie, gracias a otro de sus compañeros de correrías, de nombre Sam, el mismo que luego lo reclutó para aquellos incipientes laboratorios de la NASA, donde siempre venía bien un buen mecánico, que ya se sabe que cohetes y satélites no dejan de ser automóviles que vuelan, sin dar tanta lata con la junta de culatas, el cigüeñal y las trócolas.


En el hotel repaso lo que me ha contado Sam. Un año antes de graduarse en la Highschool de Wichita (aunque quizás graduarse hubiera sido mucho decir, dada su trayectoria académica), Mackenzie sintió repentinamente la nostalgia de su tierra natal, así que una mañana muy temprano cogió el primer autobús destino a Texas, concretamente a Marfa, donde ahora estoy, un pueblo con pretensiones de ciudad con poco que ofrecer por entonces. Allí se empleó en un taller mecánico, donde aprendió el oficio. También ayudaba por temporadas en una granja cercana. Fue en esta última donde mantuvo una tórrida relación, como correspondía con la pujanza de su juventud por desbravar, no con una, sino con varias sandías. 


Pero entonces ocurrió algo que le marcaría. Ese lugar en mitad de la nada fue escogido para el rodaje de "Gigante", la última película de su admirado James Dean, a quien se esforzaba nuestro joven Mackenzie en imitar. Por cierto que tal imitación le supuso llevar permanentemente roto el labio inferior: Mackenzie había visto que su héroe corría siempre con las manos en los bolsillos, e hizo de tan mala costumbre una seña de identidad propia, con consecuencias inevitables para quien llevaba el punto de equilibrio descompensado por la envergadura de su cabeza.


Pronto se inundó el pueblo de camarógrafos, caravanas, focos y oportunidades. Mackenzie se empleó como mecánico y chófer en los improvisados estudios. Para averiguar algo sobre la película no necesito más que salir a la calle, porque todo en Marfa recuerda aquel acontecimiento. Una pequeña exposición con aspiraciones de parque temático me sirve para informarme de todos los detalles del rodaje, y descubro en varias fotos a nuestro Mackenzie, con mono de mecánico saliendo de debajo del camión que conduce James Dean en la película. En el único cine de Marfa la proyectan en bucle, así que pago una entrada y me dispongo a ver el resultado del trabajo de aquellos meses con tanta relevancia en la vida de nuestro hombre. Y para mi sorpresa, la protagonista, que interpreta Liz Taylor, se llama Leslie en la película. De repente, todo cuadra. Leslie, the yellow rose of Texas, con la que tan pesaditos se ponen en la película, el guardapelo con pelo incluido ¿sería de Leslie, es decir, de Liz Taylor, la que tanto marcó a Mackenzie?



Pregunto en el bar del pueblo y, para mi sorpresa, todos recuerdan a Mackenzie. Y además, parece que aquí cada cual tiene su propia teoría:


—¿Mackenzie? Ah, sí, se fue precipitadamente del pueblo para trabajar en Houston, en aquello nuevo de la NASA. Pero a mí nadie me quita que tuvo un lío con la Taylor. Una prima mía los vio salir juntos de un granero, que era un misterio que a la Taylor le atrajese semejante botarate cabezón, pero ya se sabe que ella no era la que mejor puntería tenía para encontrar pareja.


—¿Mackenzie y la Taylor? Yo no le digo nada, pero después del rodaje la Taylor se quedó embarazada y hubo que retrasar el estreno hasta que dio a luz. Y el niño salió cabezón. Sume usted dos y dos.


—¿Mackenzie y James Dean? Dicen que se emborrachaban juntos a menudo. Otros dicen que pelearon por la misma mujer, y que Mackenzie tumbó a Dean a cabezazos.


—¿Mackenzie y James Dean? Yo no digo nada, pero Mackenzie era mecánico y James Dean murió sin terminar la película conduciendo un Porsche. Y esos coches nunca fallan. Si yo quisiera vengarme de James Dean y fuera mecánico, sabría qué manguito aflojar.


—No, el verdadero novio de la Taylor fue el cantante Buddy Holly, un chaval de Lubbock, un pueblo 300 millas al norte, con el que se veía en secreto. Y mira tú que James Dean murió en accidente de coche y poco después Buddy Holly, en accidente de avioneta. Y una avioneta no es más que un coche con alas ¿verdad?


Como veo que poco puedo sacar aparte de rumores sin fundamento, decido visitar las localizaciones de la película. Y allí, en la base de uno de los pozos de petróleo que se usó como decorado, una inscripción con un punzón me confirma lo que sospechaba. Se trata de un corazón y una inscripción que intenta estar en clave: “Leslie y su cabezoncito preferido”. No creo que se refiriera ni a Rock Hudson, del que recientemente supimos que no jugaba en esa liga. Y viendo los sombreros texanos que se conservan de James Dean, tampoco parece probable el mote. Pero lo más sorprendente es que, justo bajo el corazón grabado, hay una flecha que señala al suelo. Solo tengo que cavar unos centímetros para sacar una vieja lata de tabaco que contiene cartas de amor entre los dos (bueno, más de Liz Taylor que de Mackenzie, que él era poco dado a la escritura) y una rosa amarilla disecada. En una de las cartas, dice la Taylor que su amor es de más allá de las estrellas. Y que si no pueden cumplir su amor en esta tierra, tendrán que esperar a la llegada de los extraterrestres. ¿Casualidad o conspiración? Creo que he dado con la piedra Rosetta, con el Rosebud, con la clave de la participación de nuestro Mackenzie en esta invasión, que quizá no era tan casual. Y quiero recordar la curiosa relación posterior entre la Taylor y Michael Jackson, desaparecido misteriosamente en la invasión alienígena, junto con una cohorte de niños y  kilos de pintura blanca. Necesito volver a hablar con Mackenzie. Hay algo que nos está ocultando.


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