domingo, 8 de marzo de 2020

Las palabras de la abuela María

Mi abuela María tiene un diccionario. Bueno, en realidad tiene un montón, y siempre hay dos o tres abiertos sobre su mesita de trabajo. Lo que quiero decir es que ella está escribiendo uno, que un día será un libraco con varios tomos, y que ahora está desparramado en miles de fichitas con su letra elegante y apretada, y las fichitas a su vez se aprietan en cajas y cajas, que tienen siempre una letra dibujada a rotulador por fuera. A veces la abuela deja que me siente a su lado a hacer los deberes, y trabajamos juntas, cada una en lo suyo, aunque al final ninguna de las dos trabaja, porque nos vamos dejando enredar por las palabras de su colección. Sí, mi abuela colecciona palabras, igual que el padre de Teresa colecciona mariposas, y las pincha, las clasifica y las mira con lupa. Mi abuela dice que dónde va a parar, que las palabras están vivitas y coleando, y hay que pelearse con ellas para que entren en la fichita que les corresponde, ordenaditas y en fila, como si volvieran del patio a clase de Lengua. Porque las palabras se resisten y juguetean, y se enredan unas con otras, como las cerezas.


Ocurre que mi abuela, que tiene tantas palabras, habla poco. Casi siempre prefiere sonreír. De vez en cuando me lleva de la mano a explorar palabras, y se nos pasan las horas muertas saltando de una a otra, como cuando cruzamos el arroyo en verano de piedra en piedra y siempre parece que estamos a punto de caernos. Pero mi abuela se sabe todos los caminos y todos los atajos entre las palabras, y es como si tuviera un mapa dibujado dentro de la cabeza. Sus fichitas están llenas de flechas que señalan a otras palabras, y si las siguiéramos todas el recorrido no acabaría nunca. Nosotras lo dejamos cuando tenemos la cabeza llena de palabras, y ella dice que nos hemos empachado y que tenemos que dejar la mente en blanco y sacudirnos las miguitas de palabras.

Hoy en el cole me han mandado una redacción sobre el Mio Cid, y le pregunto a la abuela por qué nunca salen héroas. Suelta una carcajada, y me lleva a la caja de la hache. Allí buceo un rato, hasta que encuentro heroína, y pone que es la forma femenina de héroe. Es una de esas fichitas breves, sin ejemplos ni nada. Así que busco héroe, y leo que es la persona que realiza una hazaña admirable, para la que hace falta valor. Mi madre siempre dice que hay que ver el valor que tiene la abuela, y papá que lo de su diccionario es una hazaña para una mujer sola, y que un día tendría que tener un sillón para ella en la Academia. Mamá le contesta que parece tonto, que en la Academia no entran mujeres. Le pregunto a la abuela si ella es una heroína, pero sonríe y no me contesta. Miro el ejemplo, que viene justo después de uno de esos avisos que la abuela deja siempre para que se entiendan bien todas las palabras: “se emplea muchas veces hiperbólica o irónicamente”. Sí sé lo que es irónicamente, porque la abuela lo dice mucho.  Hiperbólica no lo entiendo, pero si me distraigo buscándola el viaje me llevará lejos, y ahora estoy con héroes y heroínas. Así que sigo leyendo el ejemplo que ella ha escrito en la fichita: “Eres un héroe, levantándote a las seis de la mañana”. Debe de ser una de las travesuras que la abuela se permite algunas veces, porque ella se levanta a las cinco para trabajar con sus palabras, que luego con los nietos, las cosas de la casa y con cuidar al abuelo Fernando dice que apenas le cunde el tiempo.


Después de un rato de silencio noto que se me viene a la boca una palabra que susurraron el otro día mis padres, que a veces bajan la voz cuando hablan de cosas de los abuelos. Me pasa entonces como cuando la gata va vomitando bolitas de pelo por toda la casa y, sin poder evitarlo, la suelto: Depurada ¿qué significa estar depurada, abuela? Ella la recibe como un puñetazo, pero no deja de sonreír, suavito, como ella suele, pero con los ojos mirando muy lejos. Me lleva entonces a la caja de la letra de. Pero esta vez no espera a que busque yo, y me señala directamente en la fichita que se titula depurar la tercera definición: “tr. Puede tener un significado político: someter a investigación a un cuerpo u organismo para eliminar de él a las personas consideradas peligrosas o desafectas al régimen que impera”. Y más adelante, el ejemplo, esta vez sin ironías ni travesuras: “Fue depurado y expulsado de su cargo”. Después, con el número cuatro, por uno de esos caprichos de las palabras, aparece justo lo contrario, tras un asterisco: “Rehabilitar mediante expediente a alguien que estaba separado de su empleo por causas políticas”. Yo también había oído decir que al abuelo Fernando lo habían rehabilitado hacía tiempo, pero a la abuela no, porque había sido misionera o algo así cuando la República.

Luego, la abuela me acaricia el pelo, y me dice que su trabajo con el diccionario también puede ser depurativo, que según otra ficha es lo que sirve para depurar. Y me señala que depurar también significa “limpiar una sustancia de lo que está mezclada con ella y la perjudica o no sirve”, y que “se emplea particularmente en sentido no material como acrisolar, refinar o perfeccionar hasta el máximo un sentimiento, el gusto, etc.” Me acuerdo entonces de lo que ella siempre dice, que las palabras no son malas ni buenas, que todo depende de para qué las usamos. Y le digo que prefiero esa definición, y que me gusta cómo ella depura las palabras. Pero ya no dice nada más, solo sonríe otra vez y me da un beso.

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