Un corazón de lana y acero comenzó a latir rítmicamente sobre el pupitre. El acusica de su compañero se chivó a la seño del extraño muñeco que había fabricado aquel niño gigantón, que se quedó admirando su obra sin entender tanto revuelo. A su alrededor ceniceros, portafotos y collages parecían ahora tan ridículos como faltos de vida. La profesora se prometió no organizar nunca más ningún regalo para el día del padre. Luego, en el despacho del director, sin apartar la mirada severa de aquel niño deforme y feliz que acariciaba su creación, marcó el teléfono del padre. Descolgaron al otro lado: “¿Con el doctor Frankenstein, por favor?”
lunes, 11 de marzo de 2019
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